Violencia en la retaguardia republicana en la provincia de Toledo

Toledo fue una de las provincias en las que el fenómeno represivo cobró más fuerza. Como en el resto de la retaguardia republicana, la violencia estalló cuando el Gobierno perdió el control de la situación y las milicias obreras armadas se erigieron en las dueñas de las calles. Estas milicias procedieron a detener no sólo a los implicados en la sublevación, también a aquellos que consideraban sus enemigos, como las personas conservadoras, los religiosos o los grandes propietarios.

Las tres cárceles de la provincia, la provincial de Toledo, el Reformatorio de adultos de Ocaña y la de Talavera de la Reina sobrepasaron su capacidad muy pronto: en agosto las prisiones de Toledo y Ocaña acogían en agosto a 191 y 71 prisioneros respectivamente, mientras que en la de Ocaña había 160 en octubre. Los detenidos en estas prisiones corrieron, en principio, mejor suerte que aquellos conducidos a los centros de detención de las milicias, conocidos como “checas”. Éstos eran interrogados y torturados en dichos centros, tras lo cual se les sometía a un “juicio” por el comité de turno y se decidía su suerte, que frecuentemente involucraba el “paseo” a un lugar en las afueras de la localidad en el que se les fusilaba.

Los detenidos en las cárceles de la provincia, sin embargo, no estaban completamente a salvo. Tanto en la prisión de Toledo como en la de Ocaña se produjeron “sacas”, episodios en los que una multitud armada asaltaba la cárcel y elegía presos a los que sacaba del centro y fusilaba en los lugares de ejecución.

El número de víctimas de esta oleada de violencia, que se extendió en parte dela provincia hasta su conquista por los sublevados y en la otra hasta finales de 1936, es difícil de conocer con exactitud. José Manuel Sabín Rodríguez ha trabajado diversas fuentes hasta establecer la cifra de 3.152, hoy en día la más fiable.

Autora: ACP

Violencia en la retaguardia republicana en la provincia de Guadalajara

La violencia se desató en Guadalajara en los primeros instantes tras el sofocamiento del golpe: las milicias victoriosas ejecutaron a los oficiales que habían liderado a la sublevación una vez cayeron en sus manos. Fue el caso del comandante Rafael Ortiz de Zárate, ejecutado cerca de la posición que había estado defendiendo durante la jornada en el puente sobre el Henares.

Una vez ajustadas las cuentas con los militares rebeldes, los milicianos emprendieron la búsqueda de aquellos civiles a los que consideraban sus enemigos: conservadores, propietarios y religiosos. Tras detenerlos, eran conducidos a centros de detención mal llamados  “checas”, donde se les interrogaba y sometía a torturas, para que después fueran juzgados por el Comité del centro. Los culpables eran conducidos a lugares de ejecución como las tapias de los cementerios o parajes situados en las afueras de las localidades, por ejemplo, el de Cuatrocaminos en la carretera hacia Chiloeches en el caso de la capital. 

Aquellos que habían sido detenidos en la Prisión provincial se salvaron de este destino sólo temporalmente: algunos pasaron a formar parte de “sacas” como la que tuvo lugar en diciembre de 1936 y en la que perecieron 282 personas.

Aunque se pueda aportar el dato anterior, y como ocurre frecuentemente en el caso de la violencia revolucionaria, no se conoce con exactitud la cifra total de víctimas. Las autoridades trataron de parar las ejecuciones ilegales desde los primeros momentos sin éxito: el Gobernador Civil publicó dos bandos para atajarlas, uno a finales de julio y otro en la segunda quincena de agosto de 1936. La violencia fue disminuyendo conforme el Estado fue recuperando sus atribuciones y prácticamente desapareció en los primeros meses de 1937.

Autora: ACP

Violencia en la retaguardia republicana en la provincia de Cuenca

La violencia revolucionaria fue especialmente intensa en los primeros seis meses tras el golpe de Estado: los comités se hicieron con el poder en las calles, mientras los organismos oficiales y las fuerzas de seguridad paralizaban su actividad. Las milicias locales fueron dueñas de la situación entre julio y diciembre de 1936, imponiendo el terror sobre quienes tenían por sus enemigos: las personas consideradas derechistas y católicas.

Un Comité de Salud Pública, controlado por la CNT, recibía las denuncias de aquellos sospechosos y ordenaba su detención, tras lo cual algunos eran conducidos a la Prisión Provincial, pero otros acababan en los centros de detención conocidos como “checas”, donde tras ser interrogados y torturados, se les ejecutaba y se abandonaba sus cadáveres en fosas comunes o cunetas de las carreteras. La Prisión Provincial tampoco era garantía de seguridad, porque desde este lugar se produjeron “sacas”, que consistían en extraer a los presos para fusilarlos

Bandas de milicianos armados patrullaron de pueblo en pueblo arrestando personas y trasladándolas a la capital, como la banda de Pambarato. En algunas localidades, como en Picazo del Júcar, las milicias autóctonas evitaron este tipo de detenciones. En algunas ocasiones, las bandas ejecutaban a los detenidos directamente en las afueras de los pueblos visitados: así ocurrió con la columna liderada por Francisco del Rosal, que sembraba los lugares por los que pasaba de saqueos, destrucciones de iglesias y ejecuciones.

No está claro el número de víctimas de esta violencia en Cuenca, ya que las fuentes existentes se contradicen y presentan errores, y faltan investigaciones meticulosas localidad por localidad. Ana Belén Rodríguez ha situado la cifra de asesinados en 516, utilizando fuentes como el registro civil. La magnitud de la violencia fue menor en Cuenca que en Albacete o Toledo, y dentro de la misma, no hubo fusilamientos en la gran mayoría de los pueblos. Las localidades en las que más asesinatos se produjeron fueron la propia capital y Tarancón, seguidas a una distancia importante por Quintanar del Rey, Uclés y Casasimarro

Autora: ACP

Violencia en la retaguardia republicana en la provincia de Ciudad Real

 La violencia revolucionaria fue especialmente intensa en los primeros seis meses tras el golpe de Estado: los comités se hicieron con el poder en las calles, mientras instituciones como el Ayuntamiento, la Diputación o la Audiencia Provincial paralizaban su actividad y desaparecían las fuerzas de seguridad, puesto que la Guardia Civil y la Guardia de Asalto habían sido enviadas a Madrid. Las milicias locales fueron dueñas de la situación entre julio y diciembre de 1936, imponiendo el terror sobre quienes tenían por sus enemigos: las personas consideradas derechistas y católicas.

Éstas eran detenidas y conducidas a la prisión provincial o a centros conocidos como checas, donde tras someterlas a interrogatorios, torturas y a “juicios populares” se decidía su suerte. Frecuentemente consistía en el fusilamiento de madrugada de grupos de detenidos, en los que abundaban miembros de la misma familia, cuyos cadáveres se abandonaban en fosas comunes cercanas a los cementerios o en las cunetas de las carreteras.

Las cifras de víctimas no se conocen con fiabilidad: es necesario que todavía se hagan muchas investigaciones rigurosas, localidad por localidad, para poder ofrecer datos sólidos. A falta de estas investigaciones, y según Alía Miranda, que ha contrastado las cifras de los Libros de Caídos con otras fuentes locales que documentan estas muertes, se conocen 2.186 víctimas en la provincia de Ciudad Real, con una distribución geográfica muy desigual: la mayor parte de las ejecuciones tuvieron lugar en 21 localidades, destacando la comarca de la Mancha como la que más concentra, seguida de la de Campo de Calatrava. Ciudad Real, Valdepeñas, Daimiel, Manzanares y Campo de Criptana tienen el triste protagonismo de ser las localidades con más víctimas, mientras que algunos lugares de importancia y de gran conflictividad social antes de la guerra, como Puertollano o Almadén, presentaron índices de violencia muy bajos.

Cronológicamente, la violencia se concentró en los primeros seis meses tras el golpe, descendiendo sensiblemente a partir de octubre y prácticamente desapareciendo con el final de 1936, cuando el proceso de recuperación del poder por parte de la administración republicana ganó fuerza.

Autora: ACP

Violencia en la retaguardia republicana en la provincia de Albacete

La violencia desatada en la provincia de Albacete tras el fracaso del golpe en la primera semana de conflicto compartió las características principales que tuvo este fenómeno en el resto de la retaguardia republicana. Las autoridades republicanas perdieron el control de la situación y las milicias obreras, armadas para sofocar el golpe, tomaron las calles, organizando sus propios comités que, entre otras atribuciones, se encargaban de la represión del enemigo.

En 26 localidades de la provincia no se dio ninguna muerte violenta y en 17 sólo se produjo una, mientras que fueron 11 en las que se concentraron los hechos violentos. Estas 11 eran, como Albacete, Caudete, Hellín, Villarrobledo, La Roda o Tarazona, los municipios más poblados de la provincia, donde la sublevación triunfó en los primeros momentos y en los que ya había habido cierta conflictividad en los años anteriores.

El perfil de víctima de esta oleada represiva no solo era el de una persona que había participado en la sublevación, también lo fueron aquellos considerados de derechas, propietarios y empleadores o religiosos.

Las milicias detenían a sus sospechosos, frecuentemente por la noche, y los conducían a los centros de detención conocidos como “checas”. En estos eran interrogados y, si eran hallados culpables por los tribunales revolucionarios, se les conducía a lugares de ejecución como las tapias de los cementerios o carreteras de acceso a las localidades. Albacete fue el lugar preferido para estos “paseos”: muchas de las víctimas.

Como ocurre en el resto de Castilla-La Mancha y en la retaguardia republicana en general, no se conoce la cifra exacta de personas asesinadas: una de las aproximaciones más sólidas, la de Manuel Ortiz Heras, se sitúa en las 920.

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Violencia en la retaguardia republicana en Castilla-La Mancha

Como en el resto de la zona republicana, en Castilla-La Mancha se experimentó una oleada de violencia política que tuvo como objetivo la eliminación del adversario y que se generó en el contexto de vacío de poder que sucedió al golpe de Estado. Las autoridades republicanas perdieron el control de la situación y las milicias armadas se hicieron con el poder de facto en las calles, ejerciendo, entre otras funciones, la de la vigilancia y represión de aquellos que consideraban sus enemigos.

Las autoridades republicanas trataron de atajar esta situación sin éxito, prolongándose durante los primeros meses de la guerra. Las ejecuciones extrajudiciales empezaron a disminuir a finales de 1936 y prácticamente desaparecieron en los primeros meses de 1937, en sintonía con la recuperación de las atribuciones gubernamentales y la puesta en funcionamiento de los Tribunales Populares.

El perfil de la víctima de esta oleada de violencia era el de aquellos que los milicianos consideraban sus enemigos: no solo los que habían participado en la sublevación, también personas conservadoras, grandes propietarios y empleadores y religiosos.

Resulta difícil ofrecer una cifra global de víctimas de la violencia republicana en Castilla-La Mancha: son necesarios aún muchos más estudios localidad a localidad para acercarse lo más posible a lo que ocurrió en esos primeros meses de la guerra. Las cifras aportadas por Salas Larrazábal en base a la Causa General han sido matizadas por las investigaciones posteriores, por lo que, a falta de conocer las cifras aproximadas de la represión en Guadalajara, se ha estimado que el número de personas asesinadas en la comunidad fue de 6.774.

Autora: ACP

Alcázar de Toledo

Alcázar de Toledo

El Alcázar una de las construcciones militares más importantes de Toledo, era la sede de la Academia de Infantería, Caballería e Intendencia. El 21 de julio de 1936, el general Moscardó declaró el estado de guerra en el patio de armas del Alcázar, edificio en el que estableció la Comandancia Militar. Durante las primeras horas tras esta proclamación, armas y hombres – entre ellos, la mayoría de los voluntarios civiles – acudieron al Alcázar, que por la tarde sufrió los primeros bombardeos del Gobierno. Al día siguiente, la columna del general Riquelme avanzó sobre la ciudad y las fuerzas rebeldes fueron replegándose sobre esta fortaleza ante su empuje: al final de la jornada, el Alcázar era el único enclave controlado por los sublevados. 

Así concluía la conquista de la ciudad y comenzaba el asedio del Alcázar: las fuerzas gubernamentales se enfrentaban a 1000 soldados, guardias civiles y falangistas encerradas en el edificio, a los que acompañaban 600 civiles, entre los cuales había numerosos rehenes. El día 24, los sitiados efectuaron una salida para abastecerse y capturar más rehenes, siguiendo una costumbre establecida en la guerra de Marruecos y que servía para tener una baza de negociación con el enemigo. El número e identidad de la mayor parte de los rehenes es desconocida, puesto que muchos fueron asesinados y enterrados en el edificio.

El asedio, durante el cual se bombardeó intensamente el edificio, concluyó el 27 de septiembre, cuando las tropas del general Valera culminaron la conquista de la ciudad, iniciada el día anterior. La capital de la provincia, así como el tercio noroeste de la misma, cayeron en manos de los sublevados. 

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Para saber más sobre el Alcázar de Toledo

ABC: Las imágenes de la reconstrucción del Alcázar de Toledo 

 

Fábrica de armas de Toledo

 La Fábrica de Armas fue uno de los lugares clave para la sublevación en Toledo, una de las provincias castellanomanchegas en las que el golpe triunfó temporalmente. El coronel Moscardó, gobernador militar accidental de la provincia, había planeado los detalles del alzamiento tiempo antes de que este tuviera lugar. Para ello, había dividido a la población en sectores a cuyo frente situó a jefes que debían responder a sus instrucciones. El 18 de julio de 1936, voluntarios civiles se presentaron a Moscardó, que los destinó a puntos estratégicos de la población, entre ellos la Fábrica de Armas y la Escuela de Gimnasia. En la Fábrica de Armas había ya una sección de guarnición, a la que se reforzó con guardias civiles y los voluntarios citados. Entre el 18 y el 21 de julio, el Gobierno en Madrid pidió repetidamente a Moscardó que enviara a la capital armas de la Fábrica, a lo que este nunca obedeció: cuando continuar en esta actitud se hizo imposible, Moscardó declaró el estado de guerra y sus fuerzas tomaron las calles y se hicieron fuertes en los enclaves ya señalados por el gobernador militar, entre ellos, la propia fábrica. Las fuerzas sublevadas continuaron en posesión de este edificio hasta el día 22 de julio, cuando la columna del general Riquelme, enviada por el Gobierno desde Madrid, llegó a Toledo. Riquelme mandó a la Fábrica de Armas a un cabo parlamentario que consiguió la rendición de sus fuerzas sin que hubiera ningún enfrentamiento armado. Durante esa misma jornada, el resto de los enclaves en los que se habían hecho fuertes los sublevados en la ciudad fueron cayendo, con la excepción del Alcázar.

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Escuela de gimnasia de Toledo

La Escuela de Gimnasia ocupaba un lugar estratégico en el camino de Madrid, y por ello fue uno de los lugares clave para la sublevación en Toledo. El coronel Moscardó, director de la Escuela y gobernador militar accidental de la provincia en ausencia del titular, había planeado los detalles del alzamiento tiempo antes de que este tuviera lugar. Para ello, había dividido a la población en sectores a cuyo frente situó a jefes que debían responder a sus instrucciones.

El 18 de julio de 1936, voluntarios civiles se presentaron a Moscardó, que los destinó a puntos estratégicos de la población, entre ellos la Fábrica de Armas y la Escuela de Gimnasia. Ésta contaba con una propia de la escuela, a la que se unieron guardias civiles y los voluntarios que se habían ofrecido a Moscardó desde el estallido del golpe. Las fuerzas sublevadas continuaron en posesión del edificio hasta el día 22 de julio, cuando la columna del general Riquelme, enviada por el Gobierno desde Madrid, llegó a Toledo. A su llegada, los defensores abandonaron la Escuela y se trasladaron al Colegio de Huérfanos de María Cristina y posteriormente al Hospital Talavera, en el que resistieron hasta que se acabaron los víveres y municiones, retirándose definitivamente al Alcázar.

Las tropas gubernamentales conquistaron todos los enclaves en los que se habían hecho fuertes los sublevados excepto este último lugar, que desde entonces fue sometido a asedio.

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Plaza de Zocodover

La plaza de Zocodover fue el escenario de uno de los primeros enfrentamientos de las fuerzas populares con los sublevados, el 18 de julio por la noche, cuando, tras oír el famoso discurso del “! No pasarán!” de La Pasionaria por la radio, muchos trabajadores salieron de los sindicatos y se dirigieron a la plaza. Allí se produjo un enfrentamiento con la Guardia Civil, tras el cual, el general Moscardó, gobernador militar de la provincia, acudió en defensa de la Guardia Civil y liberó a miembros de Falange y Acción Popular, que habían quedado encerrados en su local por grupos de trabajadores. 

El día 21 de julio de 1936 la plaza fue uno de los escenarios principales de la lectura del bando de guerra proclamado por Moscardó, y al día siguiente fue testigo de los combates entre las tropas del general Riquelme, que había llegado desde Madrid con el objetivo de sofocar el levantamiento. Su cercanía al Alcázar de Toledo, uno de los enclaves de los que se habían apoderado los rebeldes, determinó que recibiera numerosos impactos de artillería y de las bombas lanzadas sobre el edificio. 

Esta situación continuó durante los meses de agosto y septiembre, en los que se produjo el asedio al Alcázar, única posición que quedó en poder de los sublevados tras la conquista de Toledo por las fuerzas gubernamentales el 22 de julio de 1936. Los combates entre los asaltantes y los asediados acabaron por reducir gran parte de la plaza a ruinas.

Autora: ACP