La violencia desatada en la provincia de Albacete tras el fracaso del golpe en la primera semana de conflicto compartió las características principales que tuvo este fenómeno en el resto de la retaguardia republicana. Las autoridades republicanas perdieron el control de la situación y las milicias obreras, armadas para sofocar el golpe, tomaron las calles, organizando sus propios comités que, entre otras atribuciones, se encargaban de la represión del enemigo.
En 26 localidades de la provincia no se dio ninguna muerte violenta y en 17 sólo se produjo una, mientras que fueron 11 en las que se concentraron los hechos violentos. Estas 11 eran, como Albacete, Caudete, Hellín, Villarrobledo, La Roda o Tarazona, los municipios más poblados de la provincia, donde la sublevación triunfó en los primeros momentos y en los que ya había habido cierta conflictividad en los años anteriores.
El perfil de víctima de esta oleada represiva no solo era el de una persona que había participado en la sublevación, también lo fueron aquellos considerados de derechas, propietarios y empleadores o religiosos.
Las milicias detenían a sus sospechosos, frecuentemente por la noche, y los conducían a los centros de detención conocidos como “checas”. En estos eran interrogados y, si eran hallados culpables por los tribunales revolucionarios, se les conducía a lugares de ejecución como las tapias de los cementerios o carreteras de acceso a las localidades. Albacete fue el lugar preferido para estos “paseos”: muchas de las víctimas.
Como ocurre en el resto de Castilla-La Mancha y en la retaguardia republicana en general, no se conoce la cifra exacta de personas asesinadas: una de las aproximaciones más sólidas, la de Manuel Ortiz Heras, se sitúa en las 920.
Autora: ACP