Campos de concentración

El sistema concentracionario franquista no estuvo tan perfeccionado como el que dirigió Heinrich Himmler en la Alemania nazi o el que articuló Stalin en la Unión Soviética, pero cumplió los cinco objetivos para el que fue creado, según Carlos Hernández de Miguel: exterminio selectivo, investigación/clasificación de los prisioneros, explotación laboral, castigo y reeducación. Su estructura dependió siempre del ejército y, especialmente durante los seis primeros años, estuvo supervisado directamente por Franco. Nació con la sublevación, en julio de 1936 ya se crearon los primeros campos de concentración, y perduró hasta que en 1947 se cerraron los dos últimos (Miranda de Ebro en Burgos y Nanclares de Oca en Álava). En 1948 se disolvió el último de sus batallones de trabajos forzados. En sus doce años de funcionamiento, el sistema concentracionario franquista contó con más de 300 campos de concentración y con cientos de Batallones de Trabajadores. Por sus celdas y alambradas pasaron entre 750.000 y un millón de españoles, en su inmensa mayoría hombres, que ni habían sido condenados ni habían sido juzgados ni siquiera habían sido acusados formalmente de nada. A diferencia de lo que ocurrió en otros sistemas concentracionarios ya aludidos, el franquismo solo habilitó entre el 25 y el 30 % de sus campos de concentración en terrenos al aire libre rodeados de alambradas. En la mayoría de los casos, los militares reutilizaron edificios e instalaciones ya construidas. Según datos de Hernández, en torno al 15 % de ellos se abrieron en conventos, monasterios, castillos y otros inmuebles de alto valor histórico. Un 12 % en fábricas, almacenes o industrias conserveras abandonadas. Un porcentaje similar se instalaron en cuarteles y fortalezas militares. Cerca del 10 % en plazas de toros, campos de fútbol o hipódromos. Un 9 % en centros escolares, manicomios, lazaretos y otros edificios civiles. Todo servía para improvisar un campo de concentración.

Autor:  FAM