La Iglesia

La política religiosa fue una de las prioridades de los gobernantes republicanos, que trataron de imponer el poder civil al eclesiástico y acompañar la separación de la Iglesia y el Estado con un cambio de valores cívicos. La Iglesia, sintiéndose perseguida, desarrolló todo su potencial movilizador, librándose un pulso que no solo fue entre poderes, ni “desde arriba”, también “desde abajo”, derivando en una verdadera “guerra cultural” desde 1931. Pero ni los episodios anticlericales eran tan diferentes a los del pasado, ni el final estaba escrito. La magnitud de la tragedia vivida por la Iglesia en la retaguardia republicana, entre el verano y el otoño de 1936, y la posterior victoria de quienes basaron la legitimación de su lucha en una supuesta “cruzada” contribuyeron a forjar el discurso de una “persecución religiosa republicana”, que se habría iniciado en 1931 y cuyo colofón llegaría en 1936. Reconocer la trascendencia de la violencia ejercida contra el clero (6832 clérigos asesinados), los bienes y símbolos religiosos no implica mantener que formara parte de una verdadera “persecución”, que su base fuera esencialmente “religiosa” o que formara parte de un proyecto gestado en los albores de la República y culminado durante la guerra. La mayor masacre del clero español hay que encuadrarla en las llamadas “políticas de venganza y exterminio”, practicadas en ambas retaguardias, con diferentes sujetos y objetos, y ligadas a la guerra, que estalló porque hubo una sublevación militar que destruyó el orden constitucional republicano y fue el origen del trauma posterior. En la retaguardia republicana, la Iglesia católica se llevó la peor parte, siendo la anticlerical la manifestación más obsesiva y simbólica de la violencia revolucionaria. Pero ni la tea incendiaria fue uniforme, ni todos los eclesiásticos sufrieron el mismo acoso criminal.

Autor: ALLV