La violencia revolucionaria fue especialmente intensa en los primeros seis meses tras el golpe de Estado: los comités se hicieron con el poder en las calles, mientras los organismos oficiales y las fuerzas de seguridad paralizaban su actividad. Las milicias locales fueron dueñas de la situación entre julio y diciembre de 1936, imponiendo el terror sobre quienes tenían por sus enemigos: las personas consideradas derechistas y católicas.
Los religiosos fueron uno de los grupos que los revolucionarios persiguieron en esta etapa de violencia desatada, ya que los consideraban cercanos a las clases poderosas y a las derechas. Sus edificios fueron ocupados por las milicias y, específicamente, por la Columna del Rosal. Es lo que ocurrió con el Seminario, el convento de las Carmelitas Descalzas o el convento de las Concepcionistas, en la Puerta de Valencia. Las monjas de este último enclave permanecieron en el mismo hasta el 4 de agosto de 1936, cuando se las trasladó al asilo de ancianos. El edificio fue ocupado por la Columna del Rosal en octubre, que lo convirtió en cuartel y centro de detenciones o “checa”.
Así, el convento de las Concepcionistas se convirtió en uno de los temidos lugares a los que eran conducidas las personas detenidas por las milicias en Cuenca. Allí eran interrogadas, torturadas y sometidas a juicio por el comité allí presente. Si se les encontraba culpables, se les conducía a las afueras de la ciudad o a las tapias del cementerio y se las fusilaba, un fenómeno conocido como “el paseo” que se extendió en los primeros seis meses de la guerra y que prácticamente desapareció a partir de febrero de 1937, de la mano de la recuperación del poder estatal por parte del Gobierno.
Autora: ACP