La violencia revolucionaria fue especialmente intensa en los primeros seis meses tras el golpe de Estado, cuando las autoridades republicanas en la provincia carecían de capacidad para controlar la situación. Los comités de sindicatos y partidos políticos se habían hecho con el poder en las calles, mientras instituciones como el Ayuntamiento, la Diputación Provincial o la Audiencia Provincial paralizaban su actividad. Tampoco había fuerzas de seguridad ciudadana, puesto que la Guardia Civil y la Guardia de Asalto había sido enviada a Madrid. Las milicias locales fueron dueñas de las calles por la fuerza de las armas entre julio y diciembre de 1936, imponiendo el terror sobre los que consideraban sus enemigos.
Entre aquellos destacaban los religiosos, sobre los que se desató la persecución por su condición tradicionalmente conservadora y su acercamiento a las clases altas. La Iglesia fue despojada de sus propiedades, parte de su patrimonio fue destruido y las vidas de sacerdotes y religiosos fueron segadas: Montero calcula que en la zona republicana se asesinó a 13 obispos y 6.832 sacerdotes y religiosos.
En la provincia de Ciudad Real se produjeron cuatro grandes matanzas de religiosos: una de ellas fue la de los claretianos en la estación de Fernán Caballero. La comunidad claretiana de Ciudad Real era en vísperas del golpe era especialmente numerosa, ya que parte de los religiosos de Zafra se habían unido a la comunidad de la capital de la provincia. El 24 de julio un grupo de milicianos acudieron a la casa en la que se encontraban los estudiantes claretianos y exigieron que la abandonaran, pero mientras se estaban preparando para ello un delegado del gobernador civil les impuso el arresto domiciliario en el local en el que se encontraban. Cuatro días después, el gobernador arregló su traslado a Madrid, extendiéndoles salvoconductos que permitan su salida. La primera expedición estaba compuesta por 14 estudiantes que tomaron el tren en la estación de Ciudad Real, y que fue parada en la siguiente estación camino a la capital, la de Fernán Caballero. Habían sido unos milicianos los que habían obligado al maquinista a detener el ferrocarril, para a continuación hacer descender a los religiosos y fusilarles allí mismo a la vista de todos.
Autora: ACP