Maqueda

LOS EVACUADOS DE LA PROVINCIA DE TOLEDO (1936-1939)[1]

La ofensiva militar del Ejército de África por el sur y centro peninsular en el verano de 1936 obligó a replegarse no solamente a las tropas republicanas, también provocó la huida de miles de personas desplazadas a otras zonas todavía más tranquilas de la España bajo el control de la República.

A efectos de conceptualización, llamaremos desplazados a todas las personas que dejaron atrás sus hogares ante la llegada de la guerra y sus efectos. En función de una serie de condiciones de tipo político, social y económico, que no fuesen hostiles al régimen, que careciesen de medios o que no estuviesen acogidos por personas de su familia o amistad, el Gobierno de la República trató de elaborar una definición que acotase a los individuos procedentes de los frentes de guerra que tenían derecho a la asistencia del Estado. Sin embargo, aunque en nuestro país la expresión más común para designar a los desplazados de las zonas de conflicto fue «los evacuados», es la que más se usó en la época, el Ejecutivo republicano eligió el término de refugiados.[2]

Ahora bien, al menos desde 1937, el Gobierno buscó delimitar más el concepto de refugiado y los derechos inherentes a tal condición. Así empezó a diferenciar en algunos documentos a los refugiados, figura que implicaba mayor coste económico por su dependencia del Estado, de los evacuados, aquellos que por tener medios propios de vida, trabajo o algún tipo de prestación económica o subsidio no tenían derecho a las mismas ventajas. No obstante, aunque a veces podemos encontrar alguna diferenciación entre evacuados y refugiados en función de las prestaciones recibidas, la legislación de la República no desarrolló una separación clara entre los dos conceptos y los empleó en muchas ocasiones unidos o para referirse a las mismas personas. Y la prensa republicana, por su parte, usó los términos de evacuado y refugiado generalmente de manera indistinta.

Con independencia de la terminología, entre agosto y octubre de 1936, según cambiaban los frentes, se sucedieron varios momentos principales con movimientos de población desplazada. Las primeras evacuaciones provocadas por la guerra de España afectaron fundamentalmente a los habitantes del País Vasco (Guipúzcoa) y norte de Navarra. En estas fechas, con la campaña de Guipúzcoa, se producía igualmente la primera oleada de emigrantes forzados al extranjero. Además de Toledo, en el centro y el suroeste del país tenemos que hablar también de los evacuados de Andalucía, Extremadura, Ávila, Guadalajara y los pueblos de Madrid. El avance de las unidades militares africanas desde Andalucía originó un importante éxodo de población, tanto en términos absolutos como relativos, con la capital como destino. ¿Cómo se sucedieron los hechos?

Fracasada la insurrección militar de julio de 1936, con la ayuda de aviones italianos y alemanes de gran capacidad para el transporte, y otros medios, el Ejército de África llevó a cabo con éxito el paso del Estrecho de Gibraltar a la península.

El 2 de agosto las tropas de Marruecos iniciaban su recorrido desde Sevilla hacia el norte, y lo hacían pegadas a la frontera portuguesa. Era la ruta más segura, únicamente atravesaba 200 kilómetros por territorio de la República. A pesar de los procedimientos militares anticuados, se abría a partir de entonces una fase de la guerra que funcionó como campaña relámpago por el rápido despliegue a través de un terreno sin baluartes defensivos. La resistencia que encontraron fue prácticamente nula.[3] El Ejército sublevado en Melilla ocupó Mérida el 11 de agosto y el día 14 Badajoz. Una jornada después, el 15 de agosto, tomaron la carretera general Cáceres-Madrid hacia Trujillo y Navalmoral de la Mata antes de encaminarse en dirección al valle del Tajo.

Después de otros quince días de trayecto por la carretera de Extremadura sin demasiados contratiempos, la «Columna Madrid», formada en un momento inicial por las agrupaciones de Asensio y Castejón, a las que se unió también la de Tella, se adentraba el 28 de agosto de 1936 en la provincia de Toledo por La Calzada de Oropesa y Las Ventas de San Julián.

La misma noche del 28 de agosto el alto mando de la República ponía al coronel Mariano Salafranca al frente de la defensa de Talavera. No lo tendría fácil Salafranca para detener el avance, cuando se dirigía a presentarse al general Riquelme tropezó en la carretera con las milicias republicanas en retirada. En solo dos días habían sido ocupadas por las tropas insurgentes las principales poblaciones toledanas hasta Oropesa, con muy poca resistencia.[4]

El Ejército de África, curtido en las guerras de Marruecos, fue ocupando todas las localidades de Toledo que encontró a su paso sin mayores dificultades. Mientras las tropas coloniales se componían básicamente de legionarios del Tercio y mercenarios, procedentes estos últimos de las tribus del Rif que habían combatido durante años contra los españoles, los efectivos republicanos estaban formados al principio por fuerzas regulares, miembros del orden público y milicianos agrupados en unidades y batallones creados fundamentalmente por partidos políticos y sindicatos. Habrá que esperar a septiembre de 1936 para encontrar las primeras medidas enfocadas a la militarización de las milicias y la creación de un Ejército Popular regular.

Hasta el 3 de septiembre, fecha de la toma de Talavera de la Reina, los sublevados solamente emplearon cuarenta y siete días para progresar por unos 600 kilómetros, con acciones importantes como el paso del Estrecho o la ocupación de Badajoz. Sin embargo, los cambios en la cúpula militar republicana, definidos tras la pérdida de Talavera, tuvieron efectos inmediatos. Las medidas adoptadas por el socialista y ugetista Francisco Largo Caballero, nuevo presidente del Gobierno de la República tras la dimisión de José Giral, apostaron por movilizar todos los recursos. El Ejército republicano estableció varios puntos defensivos en la provincia de Toledo entre Cazalegas y Maqueda o en localidades estratégicas como la villa de Escalona o la propia ciudad de Toledo. Entre Talavera de la Reina y Maqueda, la segunda línea de defensa en importancia preparada por la República, la primera fue en el término de Cazalegas, se organizó en torno a la localidad de El Casar de Escalona.

A pesar de una superioridad manifiesta en medios de guerra, y al margen de fallos militares como el envío de tropas republicanas a Toledo, el Ejército sublevado encontró una mayor oposición en este itinerario por la zona centro. Para transitar los aproximadamente 50 kilómetros de distancia entre Talavera de la Reina y Maqueda los militares rebeldes tardaron más de quince días. Pero la ocupación de Maqueda el 21 de septiembre de 1936 dejaba nuevamente expedito el camino hacia la capital de España por la carretera general. Los pueblos del Sector Talavera-Santa Olalla quedaron muy despoblados en esta fase de la guerra.

La «marcha sobre Madrid»[5] era recta, sin embargo, una decisión histórica llevó a Franco a girar hacia Toledo para «liberar» el Alcázar. Franco relevó a Juan Yagüe –contrario al desvío– por José Enrique Varela, con el apoyo de Asensio Cabanillas y Barrón. El cambio, efectivo el día 22 en Maqueda, parece íntimamente relacionado con su idea de encaminarse hacia Toledo.

La toma de Santa Olalla, Maqueda y luego Torrijos (esta última localidad el 22 de septiembre), en tan solo tres días, fue un golpe muy duro para la República. No funcionaron las fortificaciones de la línea Maqueda-Torrijos y los puntos de contención preparados por los estrategas republicanos entre las dos poblaciones fueron rebasados ahora sin mayores problemas. En todo caso, como admite Ramón Salas Larrazábal,[6] los movimientos de Talavera a Toledo en septiembre de 1936 fueron mucho más lentos que los del mes anterior, primero porque los efectivos republicanos habían aumentado de manera considerable y estaban mejor armados, y, por otra parte, y no de menor importancia, porque los sublevados se habían alejado de sus bases.

El 27 de septiembre de 1936, seis días después de la conquista de Maqueda, las columnas africanas, lideradas ahora por el general Varela, irrumpían en las inmediaciones de Toledo. Esa misma jornada –domingo- era tomada la Ciudad Imperial. El parte de guerra nacional ponía el énfasis en la victoria sobre Toledo y el encuentro con los defensores del Alcázar.[7] Ocupados todos los núcleos de población hasta Maqueda, y con Toledo controlado, las tropas de Marruecos podían ahora atacar Madrid desde dos carreteras, la de Extremadura y también la de Toledo. A partir de aquí, la geografía toledana vivió unos días de relativa calma.

En realidad, la inactividad del frente fue algo circunstancial. La «Columna Madrid», al mando de Varela, continuó su avance y atravesó la mitad norte de Toledo hasta finalizar su recorrido provincial el 26 de octubre de 1936 apoderándose de El Viso de San Juan. Desde el día 28 de agosto, fecha de la entrada de las agrupaciones africanas en las localidades toledanas más occidentales, hasta su llegada a la provincia de Madrid, dos meses después, pasaron a la denominada «zona nacional» un total de ciento dieciséis localidades de los partidos judiciales de Oropesa, Puente del Arzobispo, Talavera, Escalona, Torrijos, Santa Cruz de Retamar e Illescas. A efectos jurisdiccionales, Toledo se componía en 1936 de doce partidos judiciales. El avance del frente provocó un éxodo de población sin precedentes en la provincia.

La última contraofensiva de importancia del Gobierno de Largo Caballero en la zona tuvo lugar el 29 de octubre en el sector de Seseña-Esquivias. La compra de armamento por parte de la República se empezaba a notar de forma favorable para sus intereses, no cabe duda, pero el intento de respuesta únicamente consiguió frenar al Ejército de Franco unos días más. Tampoco evitó la huida de los campesinos de esta comarca de Toledo, La Sagra, comunicada directamente con Madrid.

De acuerdo con una muestra que abarca 26.885 toledanos evacuados de treinta municipios al norte del río Tajo (de un total de ciento dieciséis), la pérdida demográfica pudo afectar en 1936 en torno al 38,80 % de la población que tenían censada antes de la guerra.[8] Para llegar a este promedio, que no deja de ser orientativo porque se trata de treinta localidades, se han utilizado datos de habitantes al momento de la ocupación o, siempre que ha sido posible, ya contabilizado el retorno de los evacuados que pudieron hacerlo (vecinos ocultos en lugares, fincas o parajes cercanos), retornados que reajustaron en alguna medida la población de los pueblos de Toledo afectados. Sin estos flujos de retorno la caída demográfica habría sido mucho más drástica.[9]

La huida de la población fue generalizada, con evacuaciones desorganizadas y espontáneas y con un destino principal: Madrid. Pero no solamente evacuaron familias campesinas, también lo hicieron las instituciones y las sedes de partidos políticos y sindicatos.

Con el Tajo como baluarte, las localidades del norte toledano quedaron dependientes administrativamente de la ciudad de Toledo, en la zona franquista. La demarcación provincial leal a la República, por su parte, estableció su capital en Ocaña, y los pueblos de esta mitad meridional situada al sur del río Tajo, con alguna excepción en 1938 (la ocupación de La Jara), permanecieron en zona republicana durante toda la guerra.

Con todo, la recuperación demográfica no llegó mientras duró la conflagración. Si seguimos a José María Ruiz Alonso, máximo especialista de la guerra en el conjunto de la provincia de Toledo, y comparamos los valores de la población de hecho de 1938, datos de agosto, en relación con las cifras de enero de 1936, antes del estallido de la contienda, comprobamos que en ochenta y seis de los ciento dieciséis municipios al norte de la circunscripción la población había disminuido un total de 42.443 habitantes. En términos relativos, el descenso demográfico ascendía en 1938 aún al 29,23 % de la población registrada con anterioridad a la guerra. Como faltan los datos de treinta localidades, lo que hace Ruiz Alonso es extrapolar la pérdida estimada en ochenta y seis localidades a las treinta restantes. De este modo, en los ciento dieciséis municipios toledanos situados al norte del río Tajo, la población habría descendido hasta los 158.545 habitantes en el año 1938,[10] es decir, 65.483 habitantes menos respecto a los 224.028 que contaba el Toledo septentrional en 1930.[11]

El drama de los evacuados sobrevivió durante décadas en la memoria de los afectados sin el reconocimiento histórico que debiera. Reconstruir el proceso teniendo en cuenta a los protagonistas es una obligación por la trascendencia que tuvo entre 1936-1939 un problema que, desgraciadamente, se ha convertido en algo habitual en nuestros días. El problema de los que abandonan sus hogares por temor a la guerra sin traspasar las fronteras estatales, como los evacuados de la guerra civil española, dista mucho de estar solucionado ni en lo humano, ni en lo legal o económico.

Las causas de que existan desplazamientos de población como consecuencia de las guerras o de otros conflictos más aislados pueden ser distintas, producirse fuera de las fronteras nacionales o dentro de estas, como en el caso de la guerra de España, pero el resultado es el mismo: caravanas con miles de personas huyendo de sus casas por el miedo a la guerra.

 

 

[1] Tomado del capítulo Preliminar del libro: Juan Carlos Collado Jiménez: La guerra civil en un pueblo toledano. Los evacuados de El Casar de Escalona, (1936-1939), Toledo: Ledoria, 2023, pp. 21-35.

[2] La única definición legal elaborada en 1936 apareció publicada en una Orden Ministerial de octubre sobre el funcionamiento del recién creado Comité de Refugiados para Madrid y su provincia. Véase: Gaceta de Madrid (GM), nº 288, 14-X-1936, p. 328. Posteriormente, ante el crecimiento del número de desplazados, y el aumento de los gastos, se  acotó más la horquilla de personas que tenían derecho a las prestaciones del Estado. Consúltese: Gaceta de la República (GR), nº 62, 3-III-1937, p. 1.051.

[3] Gabriel Cardona y Fernando Fernández Bastarreche: «La guerra de las columnas» en La Guerra Militar,  Madrid: Historia 16, tomo I, 1996, p. 45.

[4] Ramón Salas Larrazábal: Historia del Ejército Popular de la República, Madrid: Editora Nacional, 1973, tomo I,  pp. 258-261.

[5] Expresión tomada de Martínez Bande: José Manuel Martínez Bande: La marcha sobre Madrid, Madrid: Editorial San Martín, nº 1, 1982.

[6] Ramón Salas Larrazábal, op. cit., I: p. 484.

[7] Gárate Córdoba divide los partes oficiales de guerra así, partes oficiales de guerra, Ejército nacional, y partes oficiales de guerra, Ejército de la República. Mírese el parte de guerra nacional del 27-IX-1936 en José María Gárate Córdoba: Partes Oficiales de guerra. 1936-1939, Ejército Nacional, Madrid: Editorial San Martín, tomo I, 1977, pp. 43-44.

[8] Los datos de población de enero de 1936 provienen de un estadillo elaborado por las autoridades franquistas para determinar los maestros necesarios en la provincia de Toledo. Mediante la tabla, localizada y descrita por el historiador José María Ruiz Alonso en otros trabajos, disponemos de la población de hecho para 1936 (padrón de enero de 1936) y 1938 (agosto de 1938) de ochenta y seis de las ciento dieciséis localidades emplazadas al norte de la provincia de Toledo, zona franquista. Como en 1936 faltan los números de algunos pueblos, nos hemos visto obligados a usar en estos casos las cifras de población para ese mismo año reflejadas en el proceso de La Causa General o, por defecto, en el Censo de 1930. En este sentido, y respectivamente: Archivo Histórico Provincial de Toledo (AHPTO), Fondos del Instituto, 883/8, Salida nº 255, Estadillo nº 6; Archivo Histórico Nacional (AHN), FC-Causa General, Caja 1049/1, pza. 3ª y pza. 1ª principal, pueblos respectivos; y Censo de 1930, Toledo (https://www.ine.es/inebaseweb/pdfDispacher.do?td=98567&ext=.pdf).

[9] Juan Carlos Collado Jiménez: Los desplazados de la guerra civil. Evacuados de la provincia de Toledo, Toledo: Editorial Almud, 2019, pp. 102-106.

[10] Léase sobre ello: José María Ruiz Alonso: La guerra civil en la provincia de Toledo. Utopía, conflicto y poder en el sur del Tajo (1936-1939), Ciudad Real: Editorial Almud, 2004, tomo II: pp. 352 y 369. Véase nota 18. Tristemente fallecido el mencionado autor en 2016, Editorial Almud ha procedido a reeditar este libro con las correcciones que el propio José María habría realizado a la primera edición de 2004:  La Guerra civil en la provincia de Toledo. Utopía, conflicto y poder en el Sur del Tajo (1936-39), Toledo: Editorial Almud, 2019 (2ª edic. revisada y aumentada; epílogo de Isabelo Herreros).

[11] El descenso demográfico del norte toledano durante la guerra civil ha sido analizado en Juan Carlos Collado Jiménez: Los desplazados de la guerra civil.., pp. 348-355.

Talavera de la Reina

LOS EVACUADOS DE LA PROVINCIA DE TOLEDO (1936-1939)[1]

La ofensiva militar del Ejército de África por el sur y centro peninsular en el verano de 1936 obligó a replegarse no solamente a las tropas republicanas, también provocó la huida de miles de personas desplazadas a otras zonas todavía más tranquilas de la España bajo el control de la República.

A efectos de conceptualización, llamaremos desplazados a todas las personas que dejaron atrás sus hogares ante la llegada de la guerra y sus efectos. En función de una serie de condiciones de tipo político, social y económico, que no fuesen hostiles al régimen, que careciesen de medios o que no estuviesen acogidos por personas de su familia o amistad, el Gobierno de la República trató de elaborar una definición que acotase a los individuos procedentes de los frentes de guerra que tenían derecho a la asistencia del Estado. Sin embargo, aunque en nuestro país la expresión más común para designar a los desplazados de las zonas de conflicto fue «los evacuados», es la que más se usó en la época, el Ejecutivo republicano eligió el término de refugiados.[2]

Ahora bien, al menos desde 1937, el Gobierno buscó delimitar más el concepto de refugiado y los derechos inherentes a tal condición. Así empezó a diferenciar en algunos documentos a los refugiados, figura que implicaba mayor coste económico por su dependencia del Estado, de los evacuados, aquellos que por tener medios propios de vida, trabajo o algún tipo de prestación económica o subsidio no tenían derecho a las mismas ventajas. No obstante, aunque a veces podemos encontrar alguna diferenciación entre evacuados y refugiados en función de las prestaciones recibidas, la legislación de la República no desarrolló una separación clara entre los dos conceptos y los empleó en muchas ocasiones unidos o para referirse a las mismas personas. Y la prensa republicana, por su parte, usó los términos de evacuado y refugiado generalmente de manera indistinta.

Con independencia de la terminología, entre agosto y octubre de 1936, según cambiaban los frentes, se sucedieron varios momentos principales con movimientos de población desplazada. Las primeras evacuaciones provocadas por la guerra de España afectaron fundamentalmente a los habitantes del País Vasco (Guipúzcoa) y norte de Navarra. En estas fechas, con la campaña de Guipúzcoa, se producía igualmente la primera oleada de emigrantes forzados al extranjero. Además de Toledo, en el centro y el suroeste del país tenemos que hablar también de los evacuados de Andalucía, Extremadura, Ávila, Guadalajara y los pueblos de Madrid. El avance de las unidades militares africanas desde Andalucía originó un importante éxodo de población, tanto en términos absolutos como relativos, con la capital como destino. ¿Cómo se sucedieron los hechos?

Fracasada la insurrección militar de julio de 1936, con la ayuda de aviones italianos y alemanes de gran capacidad para el transporte, y otros medios, el Ejército de África llevó a cabo con éxito el paso del Estrecho de Gibraltar a la península.

El 2 de agosto las tropas de Marruecos iniciaban su recorrido desde Sevilla hacia el norte, y lo hacían pegadas a la frontera portuguesa. Era la ruta más segura, únicamente atravesaba 200 kilómetros por territorio de la República. A pesar de los procedimientos militares anticuados, se abría a partir de entonces una fase de la guerra que funcionó como campaña relámpago por el rápido despliegue a través de un terreno sin baluartes defensivos. La resistencia que encontraron fue prácticamente nula.[3] El Ejército sublevado en Melilla ocupó Mérida el 11 de agosto y el día 14 Badajoz. Una jornada después, el 15 de agosto, tomaron la carretera general Cáceres-Madrid hacia Trujillo y Navalmoral de la Mata antes de encaminarse en dirección al valle del Tajo.

Después de otros quince días de trayecto por la carretera de Extremadura sin demasiados contratiempos, la «Columna Madrid», formada en un momento inicial por las agrupaciones de Asensio y Castejón, a las que se unió también la de Tella, se adentraba el 28 de agosto de 1936 en la provincia de Toledo por La Calzada de Oropesa y Las Ventas de San Julián.

La misma noche del 28 de agosto el alto mando de la República ponía al coronel Mariano Salafranca al frente de la defensa de Talavera. No lo tendría fácil Salafranca para detener el avance, cuando se dirigía a presentarse al general Riquelme tropezó en la carretera con las milicias republicanas en retirada. En solo dos días habían sido ocupadas por las tropas insurgentes las principales poblaciones toledanas hasta Oropesa, con muy poca resistencia.[4]

El Ejército de África, curtido en las guerras de Marruecos, fue ocupando todas las localidades de Toledo que encontró a su paso sin mayores dificultades. Mientras las tropas coloniales se componían básicamente de legionarios del Tercio y mercenarios, procedentes estos últimos de las tribus del Rif que habían combatido durante años contra los españoles, los efectivos republicanos estaban formados al principio por fuerzas regulares, miembros del orden público y milicianos agrupados en unidades y batallones creados fundamentalmente por partidos políticos y sindicatos. Habrá que esperar a septiembre de 1936 para encontrar las primeras medidas enfocadas a la militarización de las milicias y la creación de un Ejército Popular regular.

Hasta el 3 de septiembre, fecha de la toma de Talavera de la Reina, los sublevados solamente emplearon cuarenta y siete días para progresar por unos 600 kilómetros, con acciones importantes como el paso del Estrecho o la ocupación de Badajoz. Sin embargo, los cambios en la cúpula militar republicana, definidos tras la pérdida de Talavera, tuvieron efectos inmediatos. Las medidas adoptadas por el socialista y ugetista Francisco Largo Caballero, nuevo presidente del Gobierno de la República tras la dimisión de José Giral, apostaron por movilizar todos los recursos. El Ejército republicano estableció varios puntos defensivos en la provincia de Toledo entre Cazalegas y Maqueda o en localidades estratégicas como la villa de Escalona o la propia ciudad de Toledo. Entre Talavera de la Reina y Maqueda, la segunda línea de defensa en importancia preparada por la República, la primera fue en el término de Cazalegas, se organizó en torno a la localidad de El Casar de Escalona.

A pesar de una superioridad manifiesta en medios de guerra, y al margen de fallos militares como el envío de tropas republicanas a Toledo, el Ejército sublevado encontró una mayor oposición en este itinerario por la zona centro. Para transitar los aproximadamente 50 kilómetros de distancia entre Talavera de la Reina y Maqueda los militares rebeldes tardaron más de quince días. Pero la ocupación de Maqueda el 21 de septiembre de 1936 dejaba nuevamente expedito el camino hacia la capital de España por la carretera general. Los pueblos del Sector Talavera-Santa Olalla quedaron muy despoblados en esta fase de la guerra.

La «marcha sobre Madrid»[5] era recta, sin embargo, una decisión histórica llevó a Franco a girar hacia Toledo para «liberar» el Alcázar. Franco relevó a Juan Yagüe –contrario al desvío– por José Enrique Varela, con el apoyo de Asensio Cabanillas y Barrón. El cambio, efectivo el día 22 en Maqueda, parece íntimamente relacionado con su idea de encaminarse hacia Toledo.

La toma de Santa Olalla, Maqueda y luego Torrijos (esta última localidad el 22 de septiembre), en tan solo tres días, fue un golpe muy duro para la República. No funcionaron las fortificaciones de la línea Maqueda-Torrijos y los puntos de contención preparados por los estrategas republicanos entre las dos poblaciones fueron rebasados ahora sin mayores problemas. En todo caso, como admite Ramón Salas Larrazábal,[6] los movimientos de Talavera a Toledo en septiembre de 1936 fueron mucho más lentos que los del mes anterior, primero porque los efectivos republicanos habían aumentado de manera considerable y estaban mejor armados, y, por otra parte, y no de menor importancia, porque los sublevados se habían alejado de sus bases.

El 27 de septiembre de 1936, seis días después de la conquista de Maqueda, las columnas africanas, lideradas ahora por el general Varela, irrumpían en las inmediaciones de Toledo. Esa misma jornada –domingo- era tomada la Ciudad Imperial. El parte de guerra nacional ponía el énfasis en la victoria sobre Toledo y el encuentro con los defensores del Alcázar.[7] Ocupados todos los núcleos de población hasta Maqueda, y con Toledo controlado, las tropas de Marruecos podían ahora atacar Madrid desde dos carreteras, la de Extremadura y también la de Toledo. A partir de aquí, la geografía toledana vivió unos días de relativa calma.

En realidad, la inactividad del frente fue algo circunstancial. La «Columna Madrid», al mando de Varela, continuó su avance y atravesó la mitad norte de Toledo hasta finalizar su recorrido provincial el 26 de octubre de 1936 apoderándose de El Viso de San Juan. Desde el día 28 de agosto, fecha de la entrada de las agrupaciones africanas en las localidades toledanas más occidentales, hasta su llegada a la provincia de Madrid, dos meses después, pasaron a la denominada «zona nacional» un total de ciento dieciséis localidades de los partidos judiciales de Oropesa, Puente del Arzobispo, Talavera, Escalona, Torrijos, Santa Cruz de Retamar e Illescas. A efectos jurisdiccionales, Toledo se componía en 1936 de doce partidos judiciales. El avance del frente provocó un éxodo de población sin precedentes en la provincia.

La última contraofensiva de importancia del Gobierno de Largo Caballero en la zona tuvo lugar el 29 de octubre en el sector de Seseña-Esquivias. La compra de armamento por parte de la República se empezaba a notar de forma favorable para sus intereses, no cabe duda, pero el intento de respuesta únicamente consiguió frenar al Ejército de Franco unos días más. Tampoco evitó la huida de los campesinos de esta comarca de Toledo, La Sagra, comunicada directamente con Madrid.

De acuerdo con una muestra que abarca 26.885 toledanos evacuados de treinta municipios al norte del río Tajo (de un total de ciento dieciséis), la pérdida demográfica pudo afectar en 1936 en torno al 38,80 % de la población que tenían censada antes de la guerra.[8] Para llegar a este promedio, que no deja de ser orientativo porque se trata de treinta localidades, se han utilizado datos de habitantes al momento de la ocupación o, siempre que ha sido posible, ya contabilizado el retorno de los evacuados que pudieron hacerlo (vecinos ocultos en lugares, fincas o parajes cercanos), retornados que reajustaron en alguna medida la población de los pueblos de Toledo afectados. Sin estos flujos de retorno la caída demográfica habría sido mucho más drástica.[9]

La huida de la población fue generalizada, con evacuaciones desorganizadas y espontáneas y con un destino principal: Madrid. Pero no solamente evacuaron familias campesinas, también lo hicieron las instituciones y las sedes de partidos políticos y sindicatos.

Con el Tajo como baluarte, las localidades del norte toledano quedaron dependientes administrativamente de la ciudad de Toledo, en la zona franquista. La demarcación provincial leal a la República, por su parte, estableció su capital en Ocaña, y los pueblos de esta mitad meridional situada al sur del río Tajo, con alguna excepción en 1938 (la ocupación de La Jara), permanecieron en zona republicana durante toda la guerra.

Con todo, la recuperación demográfica no llegó mientras duró la conflagración. Si seguimos a José María Ruiz Alonso, máximo especialista de la guerra en el conjunto de la provincia de Toledo, y comparamos los valores de la población de hecho de 1938, datos de agosto, en relación con las cifras de enero de 1936, antes del estallido de la contienda, comprobamos que en ochenta y seis de los ciento dieciséis municipios al norte de la circunscripción la población había disminuido un total de 42.443 habitantes. En términos relativos, el descenso demográfico ascendía en 1938 aún al 29,23 % de la población registrada con anterioridad a la guerra. Como faltan los datos de treinta localidades, lo que hace Ruiz Alonso es extrapolar la pérdida estimada en ochenta y seis localidades a las treinta restantes. De este modo, en los ciento dieciséis municipios toledanos situados al norte del río Tajo, la población habría descendido hasta los 158.545 habitantes en el año 1938,[10] es decir, 65.483 habitantes menos respecto a los 224.028 que contaba el Toledo septentrional en 1930.[11]

El drama de los evacuados sobrevivió durante décadas en la memoria de los afectados sin el reconocimiento histórico que debiera. Reconstruir el proceso teniendo en cuenta a los protagonistas es una obligación por la trascendencia que tuvo entre 1936-1939 un problema que, desgraciadamente, se ha convertido en algo habitual en nuestros días. El problema de los que abandonan sus hogares por temor a la guerra sin traspasar las fronteras estatales, como los evacuados de la guerra civil española, dista mucho de estar solucionado ni en lo humano, ni en lo legal o económico.

Las causas de que existan desplazamientos de población como consecuencia de las guerras o de otros conflictos más aislados pueden ser distintas, producirse fuera de las fronteras nacionales o dentro de estas, como en el caso de la guerra de España, pero el resultado es el mismo: caravanas con miles de personas huyendo de sus casas por el miedo a la guerra.

[1] Tomado del capítulo Preliminar del libro: Juan Carlos Collado Jiménez: La guerra civil en un pueblo toledano. Los evacuados de El Casar de Escalona, (1936-1939), Toledo: Ledoria, 2023, pp. 21-35.

[2] La única definición legal elaborada en 1936 apareció publicada en una Orden Ministerial de octubre sobre el funcionamiento del recién creado Comité de Refugiados para Madrid y su provincia. Véase: Gaceta de Madrid (GM), nº 288, 14-X-1936, p. 328. Posteriormente, ante el crecimiento del número de desplazados, y el aumento de los gastos, se  acotó más la horquilla de personas que tenían derecho a las prestaciones del Estado. Consúltese: Gaceta de la República (GR), nº 62, 3-III-1937, p. 1.051.

[3] Gabriel Cardona y Fernando Fernández Bastarreche: «La guerra de las columnas» en La Guerra Militar,  Madrid: Historia 16, tomo I, 1996, p. 45.

[4] Ramón Salas Larrazábal: Historia del Ejército Popular de la República, Madrid: Editora Nacional, 1973, tomo I,  pp. 258-261.

[5] Expresión tomada de Martínez Bande: José Manuel Martínez Bande: La marcha sobre Madrid, Madrid: Editorial San Martín, nº 1, 1982.

[6] Ramón Salas Larrazábal, op. cit., I: p. 484.

[7] Gárate Córdoba divide los partes oficiales de guerra así, partes oficiales de guerra, Ejército nacional, y partes oficiales de guerra, Ejército de la República. Mírese el parte de guerra nacional del 27-IX-1936 en José María Gárate Córdoba: Partes Oficiales de guerra. 1936-1939, Ejército Nacional, Madrid: Editorial San Martín, tomo I, 1977, pp. 43-44.

[8] Los datos de población de enero de 1936 provienen de un estadillo elaborado por las autoridades franquistas para determinar los maestros necesarios en la provincia de Toledo. Mediante la tabla, localizada y descrita por el historiador José María Ruiz Alonso en otros trabajos, disponemos de la población de hecho para 1936 (padrón de enero de 1936) y 1938 (agosto de 1938) de ochenta y seis de las ciento dieciséis localidades emplazadas al norte de la provincia de Toledo, zona franquista. Como en 1936 faltan los números de algunos pueblos, nos hemos visto obligados a usar en estos casos las cifras de población para ese mismo año reflejadas en el proceso de La Causa General o, por defecto, en el Censo de 1930. En este sentido, y respectivamente: Archivo Histórico Provincial de Toledo (AHPTO), Fondos del Instituto, 883/8, Salida nº 255, Estadillo nº 6; Archivo Histórico Nacional (AHN), FC-Causa General, Caja 1049/1, pza. 3ª y pza. 1ª principal, pueblos respectivos; y Censo de 1930, Toledo (https://www.ine.es/inebaseweb/pdfDispacher.do?td=98567&ext=.pdf).

[9] Juan Carlos Collado Jiménez: Los desplazados de la guerra civil. Evacuados de la provincia de Toledo, Toledo: Editorial Almud, 2019, pp. 102-106.

[10] Léase sobre ello: José María Ruiz Alonso: La guerra civil en la provincia de Toledo. Utopía, conflicto y poder en el sur del Tajo (1936-1939), Ciudad Real: Editorial Almud, 2004, tomo II: pp. 352 y 369. Véase nota 18. Tristemente fallecido el mencionado autor en 2016, Editorial Almud ha procedido a reeditar este libro con las correcciones que el propio José María habría realizado a la primera edición de 2004:  La Guerra civil en la provincia de Toledo. Utopía, conflicto y poder en el Sur del Tajo (1936-39), Toledo: Editorial Almud, 2019 (2ª edic. revisada y aumentada; epílogo de Isabelo Herreros).

[11] El descenso demográfico del norte toledano durante la guerra civil ha sido analizado en Juan Carlos Collado Jiménez: Los desplazados de la guerra civil.., pp. 348-355.

Aeródromo de Casas-Ibáñez

Aunque es un dato muy poco conocido, a 3 km de Casas-Ibáñez (Albacete) hubo un aeródromo militar durante la guerra civil. Se creó a principios de 1937, poco después de que la capital republicana se trasladara a Valencia debido al avance de las tropas franquistas hacia Madrid. Este campo de aviación fue parte de una red de aeródromos construidos en la provincia de Albacete que tenía como objetivo mantener el flujo de aviones militares entre la capital republicana y el frente.

La información conservada sobre este aeródromo es escasa, pero se han encontrado dos informes en el Archivo Histórico del Ejército del Aire en Villaviciosa de Odón (Madrid). Estos informes contienen fotos aéreas, planos y las características principales del aeródromo. Gracias a estos documentos, sabemos que el campo tenía un gran tamaño, aprovechando la topografía llana del área, con unas dimensiones de 1580 metros de largo y 1200 metros de ancho. Ello permitía que fuera utilizado por todo tipo de aviones, incluso los de gran envergadura, lo que lo convirtió en un aeródromo relativamente importante. El campo contaba con instalaciones como la actual casa de la finca (Corral de Don Pedro o Casa de Doña Anita) y sus calculadas 100 plazas de capacidad, cuatro casitas, un polvorín e incluso un refugio donde, llegado el caso, podían ponerse a salvo 150 personas. El campo también dispondría de campo de electricidad, comunicaciones por teléfono y telégrafo y una reserva de combustible. Además, había un pinar en el suroeste del campo donde los aviones podían ocultarse.

En base a la información proporcionada en una entrevista por José Elorriaga, vecino de la localidad y miembro de la aviación del ejército español durante la guerra, sabemos que en el aeródromo habría unas cuatro escuadrillas, doce aviones y sus parejas de tripulantes -un piloto y un ametrallador-, es decir, unas 24 personas.

El aeródromo de Casas-Ibáñez era de tipo semipermanente, lo que significa que perteneció a una categoría de campos de aviación más o menos improvisados, algunos sin asfaltar, pero con cuadrillas y aviones asignados. Permaneció en funcionamiento hasta después del final de la guerra, en concreto hasta el 1 de febrero de 1940, cuando fue disuelto.

LMC

En el subsuelo: refugios antiaéreos de Cuenca

Refugio de la calle Alfonso VIII. Disponible en: https://www.minube.com/rincon/tunel-de-alfonso-viii-a441711#

La fractura social, política y económica que provocó el golpe militar hizo que las distintas regiones de la España republicana tuvieran que adaptarse a las nuevas consecuencias y necesidades de guerra, así como contribuir a la victoria de la República. En este sentido, Cuenca no fue ajena. Su aportación a la causa y, con ello, su consolidación como espacio de retaguardia, se tradujo en iniciativas como la reorganización de tropas y evacuados, el asentamiento de almacenes de víveres, la creación de hospitales de sangre, el establecimiento de campos de aviación o la habilitación de refugios antiaéreos.  Precisamente, esto último fue una de las inquietudes iniciales de las autoridades locales. Aunque Cuenca y su provincia no fueron un objetivo prioritario para los rebeldes, el contexto de guerra hacía imposible descartar bombardeos de los que, finalmente, fue testigo. A lo largo del conflicto la capital sufrió un total de 4 ataques aéreos que dejaron una treintena de muertes, siendo el más grave el producido en la madrugada del 5 de agosto de 1937 en la zona de la estación. A estos habría que sumar los bombardeos acaecidos en otro enclave estratégico como fue Tarancón, y los de Cañete, Landete o las proximidades de Quintanar del Rey, también saldados con varias muertes. Para la salvaguarda de la población civil en la capital se acondicionaron antiguos túneles, cuevas y sótanos de casas particulares y otros edificios, además de construirse algunos nuevos, sobre todo, por iniciativa vecinal. No todos se acabaron y dispusieron, pese a las informaciones proporcionadas por la Junta de Defensa Pasiva Antiaérea que llegó a advertir de la funcionalidad de más de una veintena de estos. En su arreglo participaron varias mujeres, niños y convecinos tachados de “derechistas”. Asimismo, en los pueblos de la provincia se habilitaron y erigieron otros espacios subterráneos con la misma función, tales como los de Villamayor de Santiago, Tarancón, San Clemente o Cañete.

La reunión del Aeródromo de los Llanos

Base aérea de Los Llanos después de la guerra civil. Biblioteca Digital de Castilla La Mancha, Fondo Luis Escobar.

Ubicada entre el popular paraje de La Pulgosa y terrenos de la finca de Los Llanos, el origen de la base aérea se remonta a 1913, cuando el Parque de Aerostación de Guadalajara se interesó por la posibilidad de disponer de una infraestructura en la ciudad. El Ayuntamiento dio satisfacción a la demanda y aprobó una instalación entre los mencionados parajes, que acabarían contando con la autorización el Ministerio de la Guerra en 1916. Sin embargo, el primer aeródromo de la ciudad se situó en lo que hoy se conoce como La Torrecica (antigua finca La Torrecilla), cuando en 1917, y por iniciativa de la Aviación Miliar, se decidió construir un pequeño campo de aviación para apoyar a las bases de Cuatro Vientos y Los Alcázares. El campo comenzó a funcionar en 1923, y en 1924 se instaló allí la Compañía Española de Aviación para formar pilotos civiles. La CEA se trasladó en 1927 a las instalaciones del nuevo campo de aviación (más de 50 hectáreas) de la finca Los Llanos, que se inauguraron oficialmente en abril de 1929. La escuela de pilotos de la CEA abandonó el aeródromo de Los Llanos en 1932 debido a las restricciones presupuestarias del Ministerio de la Guerra, sin que ello supusiera el cierre de las instalaciones. Con la guerra civil el aeropuerto fue utilizado por los sublevados durante la semana en la que pretendieron controlar la ciudad de Albacete, y posteriormente por el gobierno de la República. Tras la guerra el nuevo Ejército del Aire instaló una escuadra de bombarderos con los restos de la aviación del derrotado gobierno republicano, y se creó la Maestranza Área, origen todo ello de las actuales instalaciones del Ala 14.

Al margen de su trascendencia militar y logística, la base aérea y sus inmediaciones acogieron el día 16 de febrero de 1939 una reunión decisiva que marcaría el tramo final de la guerra civil y el destino de la República española. A petición del coronel Segismundo Casado, partidario de acabar con la guerra cuando antes por la vía de la rendición, el presidente del Gobierno, el socialista Juan Negrín, accedió a reunirse con sus principales responsables militares en el aeródromo de Los Llanos (Albacete). Negrín, firme defensor de una resistencia a ultranza a la espera de algún movimiento en el tablero internacional que modificase la posición de británicos y franceses frente a la Alemania hitleriana aliada de Franco, tuvo que escuchar como todos sus mandos militares, con la excepción de Miaja, se mostraban reacios a continuar con la guerra. La orden del presidente fue, por el contrario, continuar resistiendo.

El coronel Casado, que llevaba meses en discreto contacto con Franco para negociar la capitulación y a quien filtró el contenido de la reunión en Albacete, puso inmediatamente en marcha su conspiración para derribar al gobierno mediante un golpe de Estado que se materializó el 5 de marzo de 1939 y del que participaron, entre otros, el general Miaja, los socialistas Julián Besteiro y Wenceslao Carrillo, o el cenetista Cipriano Mera. Todos acusaron a Negrín de carecer de legitimidad tras la declaración del estado de guerra en la zona republicana, y lo calificaron de traidor, por considerar que su postura resistente obedecía solo su subordinación a los intereses de la URSS; un argumento este último que coincidía con la campaña de derrotismo y desaliento que sembraba la “quinta columna” instalada entre las filas republicanas. El golpe de Casado originó una “pequeña guerra civil” dentro de la guerra civil entre fuerzas militares casadistas y resistentes comunistas con Madrid como principal escenario, pero no el único. El nuevo órgano gubernamental formado por Casado, el Consejo Nacional de Defensa, encontró resistencias adicionales en Ciudad Real, Cartagena, Valencia y, aunque mínima, también en Albacete, pero fue bien acogido en la mayor parte del territorio republicano. Tras el golpe, la España republicana se desmoronó y los objetivos de la insurrección activada en Los Llanos, que no eran otros que lograr una paz digna y honrosa para el restablecimiento de la concordia nacional, fueron rechazados por Franco.

ANL

Refugios antiaéreos en Cuenca

Durante la guerra civil, Cuenca fue el objetivo de 5 bombardeos que en total ocasionaron 34 muertos, así como gran número de heridos y destrucción de carácter material.  La madrugada del 5 de agosto de 1937 tuvo lugar el más cruento, ya que durante este ataque aéreo murieron 15 personas. El objetivo principal había sido la estación de tren de la ciudad, un punto clave en las comunicaciones entre Madrid, Castilla-La Mancha y Levante.

En Cuenca se construyeron una veintena de refugios antiaéreos durante la guerra civil bajo la coordinación de la Junta de Defensa Pasiva, que obtuvo la colaboración de ingenieros en minería procedentes de Asturias. Las galerías se abrían con dinamita, se descombraban utilizando la ayuda incluso de niños de los colegios cercanos y posteriormente se reforzaban con bóvedas de hormigón

de los cuales dos se adecuaron para uso turístico entre 2009 y 2019: los localizados en el túnel de la calle Alfonso VIII, de 250 metros, y bajo la calle Calderón de la Barca, de 130, en el que se estableció en 2019 un Centro de Interpretación de la Guerra Civil que organizaba visitas teatralizadas para el público. Ambos fueron mantenidos en época de la dictadura para que pudieran ser utilizados durante la Segunda Guerra Mundial si España acababa siendo involucrada en el conflicto: el túnel de Calderón de la Barca fue reforzado en esta etapa con ladrillos de doble hueco.

Las humedades y el riesgo de desprendimientos que aquejaban a ambos aconsejaron su cierre en 2019, mientras que las malas condiciones en las que se encontraba un tercer refugio, situado en el Cerrillo de San Roque, han evitado que se pueda abrir al público. En 2021 el túnel de Calderón de la Barca fue abierto al público de nuevo.

Autora: ACP

Refugios antiaéreos en Guadalajara

La ciudad de Guadalajara fue bombardeada en numerosas ocasiones durante la guerra civil. En diciembre de 1936, el Palacio del Infantado fue destruido por uno de estos ataques aéreos, mientras que el Asilo y la Inclusa fueron el objetivo de un bombardeo la noche del 28 de julio de 1937.Para organizar la defensa de la población frente a esta amenaza, el alcalde de Guadalajara, Antonio Cañadas Ortego, había publicado un bando el 2 de septiembre de 1936 en el que se ordenaba a los propietarios de sótanos que, por un lado, declararan su existencia, ubicación y condiciones, y que por otro, se aseguraran de que estuvieran limpios, ordenados y con sus puertas abiertas.

La lista elaborada con las declaraciones de los vecinos contenía 83 sótanos utilizables como refugios, con condiciones muy dispares pero que en conjunto podían albergar a cerca de 4370 personas. El más grande era el de la calle Ingeniero Mariño 6, con capacidad para 150: otros sólo podían albergar 7 ó 10 personas. Los sótanos de edificios como el de Correos o del de la Guardia Nacional Republicana también se pusieron a disposición del vecindario: este último tenía capacidad para 80.

Estos sótanos ya existentes eran, sin embargo, insuficientes para la protección de la población civil: a lo largo de 1937 se emprendió la construcción de nuevos refugios, para la cual el Comité provincial del Frente Popular lanzó una campaña de suscripción de fondos. Los esfuerzos dieron su fruto y para 1938 Guadalajara contaba con 50 refugios antiaéreos públicos y 160 particulares: dos de los más importantes se encontraban bajo el Parque de la Concordia.

Autora: ACP

 

Bombardeos en Albacete

El éxito de la sublevación en la mayoría de la provincia de Albacete provocó la movilización de las columnas republicanas desde Jaén, Ciudad Real, Toledo, Madrid, Cuenca, Valencia, Alicante y Murcia. El 22 de julio cayó la ciudad de Hellín, el día 24 las columnas republicanas concentradas en Socuéllamos sitiaban Villarrobledo, lo que provocó la retirada de los sublevados, no sin antes volar las vías férreas. No sólo cayeron bombas para intentar fijar el posicionamiento de la población, también se lanzó falsa propaganda sublevada sobre las calles de Albacete con claras amenazas hacia la resistencia republicana:

¡Albacetenses! El movimiento militar que salvará España ha triunfado plenamente. (…) Invito a guardar a los ciudadanos el máximo orden como mejor medio   de cooperar al restablecimiento de la paz donde se ha alterado. El Estado de Guerra ha sido declarado en toda la provincia y sería doloroso verter sangre inútilmente ¡Viva España!

El 2 de enero de 1937, a las doce horas, coincidiendo con uno de los momentos de mayor circulación en las calles, los aviones de signo sublevado sobrevolaron y bombardearon Albacete. Se registraron un total de 10 muertos y 50 heridos, además de importantes daños materiales. Los proyectiles de hasta 50 kg de peso alcanzaron fundamentalmente bloques de viviendas del centro de la ciudad. Al día siguiente se produjo un nuevo bombardeo que no provocó más muertes

La noche del 19 al 20 de febrero de 1937 quedaría dramáticamente grabada en la memoria albaceteña. Aquel día, los aviones de la Legión Cóndor sobrevolaron la ciudad manchega y a las ocho y media de la tarde, según el testimonio del gobernador civil, se inició el bombardeo de mayor duración e impacto de toda la guerra en Albacete. La estación ferroviaria, donde se guardaban vagones cargados de material y avituallamiento de guerra, y los principales locales de las Brigadas Internacionales, repartidos por toda la capital, eran los objetivos de la aviación alemana. El ataque continuó, con incesantes bombardeos hasta la una y media de la noche. La población civil y la intendencia fueron la diana. Atendiendo al parte del Ministerio de Marina y Aire, los bombardeos de los acabaron con la vida de treinta personas y alcanzaron a más de un centenar de heridos, aunque en los días posteriores, el número de fallecidos ascendió hasta 83 personas. Este fue el episodio más traumático de la guerra civil para los albaceteños.

La impresión que causó el bombardeo en la población de Albacete y en las autoridades civiles y militares españolas fue enorme. Durante la semana siguiente al bombardeo, un tercio de la población civil -mujeres y niños- abandonó Albacete para refugiarse en los pueblos y granjas de los alrededores. Durante más de dos semanas, todas las tardes -a pesar del terrible frío que todavía hacía en febrero en la Meseta Central, cientos y miles de habitantes de Albacete salían con sus mantas para ir a dormir al aire libre, en los campos, bajo un árbol, al abrigo de los olivos, etc.-.

Tras este se siguieron produciendo bombardeos como el de marzo de 1937, del que a penas existe registro documental y el del 17 de septiembre de 1938, el último de todos, sin víctimas mortales, pero que causó la destrucción de al menos 30 edificios. Sin embargo, ninguno de ellos tuvo la importancia, gravedad y consecuencias del de mediados de febrero que supuso, sin duda, un punto de inflexión para la gestión de la vida en guerra en la retaguardia albaceteña. Tal fue el impacto de las bombas en la moral de la población y las autoridades que desde finales del mes de febrero de 1937 se iniciaron campañas de movilización de mujeres y niños desde la capital, considerada zona de guerra, hacia los pueblos de la provincia, para evitar así mayores daños en el caso de nuevos bombardeos del mismo calibre[5]. Del mismo modo, la desorganización, la actuación comprensiblemente irracional de la población y la falta de medios provocaron, de una parte, el agravamiento de los efectos del bombardeo y, de otra, la movilización política y social para acelerar el proceso de construcciones de refugios y defensas en la capital que se encontraban, hasta el momento, en un estado de letargo.

El principal objetivo de los bombardeos sobre Albacete fue conseguir la destrucción de las infraestructuras y almacenes de avituallamiento del ejército de la República y, fundamentalmente, de las Brigadas Internacionales, tal y como revelan los informes del Servicio de Inteligencia del bando sublevado. Los principales focos de interés eran el Parque de Automóviles, el Cuartel de las Brigadas (con especial énfasis de los almacenes de víveres), el Estado Mayor, la oficina de telégrafos, el edificio del Gran Hotel, el Café Mercantil, el Hotel Central, el Banco de España, el cuartel de las tropas españolas, el Casino Primitivo y el cuartel de artillería. Sin embargo, episodios como el del 19 de febrero en el que la población que huía al campo también fue bombardeada intensamente demuestran cómo la desmoralización, agitación y eliminación de la población civil era sustancia definitoria de estos ataques.

Autora: ANL

Refugio del Altozano

Refugio del Altozano. Exterior

Durante la contienda civil (1936-1939) la ciudad de Albacete sufrió, al menos, diez bombardeos llevados a cabo tanto por la aviación republicana durante la primera semana de la guerra, como por parte de la aviación del bando sublevado en el resto del periodo. La condición de la capital manchega como base de las Brigadas Internacionales, núcleo de recepción de refugiados y nudo esencial en la logística y el abastecimiento del territorio y el ejército republicano la convirtió en una activa zona de guerra. Ante la implantación del bombardeo a la retaguardia como una práctica común durante la guerra civil, las autoridades y la iniciativa privada se movilizaron para dotar a la ciudad de infraestructuras de defensa pasiva, destacando la construcción de refugios que llegaría a crear una auténtica “ciudad subterránea” bajo las calles albaceteñas.

El refugio de la Plaza del Altozano fue el más importante de la ciudad. El corazón de la urbe albaceteña, que hoy en día sigue siendo el centro de la vida de la capital. Este fue el único refugio público encofrado con hormigón de la zona baja del municipio ya que la escasez de materiales constructivos hizo que los trabajos de defensa antiaérea fueran imposibles de completar.  Aunque los primeros trabajos de construcción se habían iniciado desde finales de 1936,  la rápida finalización del bunker del Altozano respondió a la urgente necesidad de dotar a la ciudad de espacios seguros tras los trágicos bombardeos que, a cargo de la Legión Cóndor, asolaron la ciudad durante el mes de febrero de 1937, siendo el más importante el del día 19 que acabó con la vida de 83 personas y destruyó parte de las principales instalaciones de la ciudad.

Superado el olvido en que este recinto se sumió durante décadas, el refugio se limpió, adecentó y habilitó para visitas en el año 2000, y en 2007 se acondicionó su interior para albergar el Centro de Interpretación y Sensibilización para la Paz, inaugurado por Federico Mayor Zaragoza, además de la oficina municipal de turismo. La instalación, a excepción de la oficina informativa, se cerró, por problemas presupuestarios, el 30 de diciembre de 2011. Desde el año 2021 el refugio está de nuevo abierto a los visitantes interesados.

Pulsa aquí para ver la reconstrucción digital

ANL

Aeródromo de Santa Cruz de Mudela Sur

Los aeródromos republicanos se construyen basándose en el artículo publicado por el Ministerio de Defensa Nacional Republicano en 1938, firmado por S. Ivánov, titulado “Aeródromos de campaña”. Los de Ciudad Real eran, principalmente, aeródromos de campaña: sin iluminación nocturna o señalización de las pistas, que no estaban asfaltadas y que se ubicaban en terrenos agrícolas. Además, se atestigua la presencia de casas de guardia, refugios y otras instalaciones de servicios auxiliares.

En Santa Cruz de Mudela se conoce la existencia de dos aeródromos, uno situado al norte y que es más antiguo y otro más moderno al sur. El aeródromo sur tenía una forma irregular y se situaba sobre un terreno duro y ligeramente desnivelado. Contaba con un refugio antibombas con doble acceso, dos refugios en forma de L y una edificación donde se ubicaba el cuerpo de guardia y que serviría como almacén de combustible.

Se construye porque el bando sublevado conoce la existencia y ubicación del campo de aviación de Santa Cruz de Mudela Norte, el cuál se sigue utilizando durante la guerra pero como un aeródromo auxiliar del Santa Cruz de Mudela Sur, mucho más grande y que contaba con más servicios. Contaba con más refugios, un polvorín y un depósito de combustible. Fue utilizado por la 3ª Escuadrilla de “Natachas” que contaba con nueve aviones, trece pilotos, cinco observadores, once bombarderos y un fotógrafo.

Autora:  MEPV

Para saber más sobre los aeródromos en Ciudad Real