El sistema concentracionario desarrollado por el bando sublevado durante la guerra civil española comenzó en las primeras horas tras la sublevación, y a medida que el bando sublevado fue conquistando amplias zonas de la Península, fueron surgiendo nuevos campos de concentración que convirtieron a España, en palabras del investigador Carlos Hernández de Miguel, en un «gigantesco campo concentracionario que se mantuvo operativo, con cambios y reducciones, hasta después de la muerte del dictador Francisco Franco en noviembre de 1975».
Estos «centros de detención ilegal y extrajudiciales regidos por la administración militar y utilizados para internar y clasificar, sin juicio, a los prisioneros de guerra y evadidos republicanos», según Javier Rodrigo, se instalaron en todos los espacios que fueran lo suficientemente amplios y alejados del campo de batalla, como almacenes, conventos, monasterios, castillos, plazas de toros, etc., pero también se crearon campos de concentración ex novo, en espacios abiertos que se rodearon de alambradas. Todos ellos podían tener carácter provisional, intermitente, estable, de larga duración o tardío, en función del momento de su instalación y el período de existencia del campo.
En las provincias de la actual Castilla-La Mancha también se produjo la instalación de campos de concentración, como en el resto de España. Las recientes investigaciones de Carlos Hernández de Miguel facilitan unas cifras de 38 campos de concentración en la región castellano-manchega, con 11 de ellos en Ciudad Real, tres en Albacete, cinco en Cuenca, 12 en Toledo y 7 en Guadalajara. A pesar de que algunos de estos campos, en concreto los situados en Toledo, Jadraque (Guadalajara) y Sigüenza (Guadalajara) comenzaron a funcionar a mediados de 1937, fue en los últimos días de marzo, durante la ofensiva final que puso fin a la guerra civil, cuando se crearon y habilitaron decenas de campos de concentración en Castilla-La Mancha.
Autor: AVF