La violencia revolucionaria fue especialmente intensa en los primeros seis meses tras el golpe de Estado: los comités se hicieron con el poder en las calles, mientras los organismos oficiales y las fuerzas de seguridad paralizaban su actividad. Las milicias locales fueron dueñas de la situación entre julio y diciembre de 1936, imponiendo el terror sobre quienes tenían por sus enemigos: las personas consideradas derechistas y católicas.
Los religiosos fueron uno de los grupos que los revolucionarios persiguieron en esta etapa de violencia desatada, ya que los consideraban cercanos a las clases poderosas y a las derechas. Sus edificios fueron ocupados por las milicias y, específicamente, por la Columna del Rosal. Es lo que ocurrió con el Seminario, el convento de las Concepcionistas o el convento de las Angélicas, en el inicio de la calle San Pedro. El convento de las Carmelitas se convirtió en una cárcel que, en modo irónico, fue denominada como el “hotel del Huécar” por las vistas sobre la hoz del río que hay desde el edificio.
El convento de las Carmelitas fue uno de los centros de detención en los que se interrogaba y torturaba a los sospechosos antes de someterlos a un “juicio revolucionario”. Si se les encontraba culpables, se les conducía a las afueras de la ciudad o a las tapias del cementerio y se las fusilaba, un fenómeno conocido como “el paseo” que se extendió en los primeros seis meses de la guerra y que prácticamente desapareció a partir de febrero de 1937, de la mano de la recuperación del poder estatal por parte del Gobierno.
Autora: ACP