Habitualmente hemos estudiado las sierras y montes que conforman el paisaje natural de nuestro entorno referido a su variada vegetación, a su rica fauna, pero en muy pocas ocasiones los investigadores hemos fijado la atención en los hombres y mujeres que las han poblado. Normalmente estas personas han preocupado más a la policía y al ejército que a los historiadores. Y es que en muchas etapas de nuestra historia, sobre todo las determinadas tras las guerras, bandoleros, prófugos, desertores, bandidos, salteadores de caminos, huidos… han residido en las cadenas montañosas.

De todos ellos nos interesa fijar nuestra atención en los bandoleros sociales. Y es que el bandolerismo social es una forma primitiva de protesta social organizada, acaso la más primitiva que conocemos. El bandolero social, rebelde primitivo, siguiendo la terminología de Hobsbawm[1], es aquel que no está dispuesto a cargar con el papel que socialmente le corresponde en una sociedad de clases: la pobreza y la sumisión. Puede librarse de ellas uniéndose a sus opresores o sirviéndoles, tanto como alzándose en su contra. Robin de los Bosques, el arquetipo ideal, “robaba al rico para dar al pobre y que nunca mató, salvo legítima defensa o por justa venganza”. En cualquier caso, en no pocas sociedades, lo ven así los pobres, que por lo mismo protegen al bandolero, le consideran su defensor, le idealizan, y le convierten en un mito: Robin de los Bosques en Inglaterra, Janosik en Polonia y Eslovaquia, Diego Corrientes en Andalucía.

Un hombre se vuelve bandolero porque hace algo que la opinión local no considera delictivo, pero es un criminal ante los ojos del Estado. Por eso la población casi nunca ayuda a las autoridades a capturar al “bandolero campesino”, sino que le protege contra ellas. Y por eso casi todos los bandoleros acaban igual: traicionados. Oleksa Dovbush, el bandido cárpata del siglo XVIII, fue traicionado por su amante; Nikola Shuhaj, que estuvo en su apogeo entre 1918 y 1920, fue entregado por sus amigos; Angelo Duca (Angiolillo), de los tiempos de 1760-1784, acaso el ejemplo más puro del bandolerismo social, sufrió el mismo final. Así, en fin, acabó el mismo Robin de los Bosques.

También este tipo de bandoleros se ha situado tradicionalmente en el entorno de Piedrabuena, por los denominados Montes de Ciudad Real y Montes de Toledo. En estos montes se refugiaron varios grupos tras la batalla de Las Navas de Tolosa y durante y después de la Guerra de la Independencia contra los franceses. Hacia 1870 surgieron de nuevo varias partidas de bandoleros, dedicadas al asalto de diligencias y atraco de recaudadores y propietarios, entre los que sobresalió la de Los Juanillones, en cuyas filas estaba Bernardo Moraleda, una especie de Robin Hood toledano, dedicado a robar a los ricos para distribuir a los pobres.

Pero el período de la Historia de España que más grupos de huidos recogió en sus sierras fue el de la posguerra de la Guerra Civil Española. En la provincia de Ciudad Real la denominada Ofensiva de la Victoria se concretó a partir del 28 de marzo de 1939, tomando toda la provincia el ejército de Franco en cuatro días sin ningún tipo de resistencia. Por los Montes de Toledo y de Ciudad Real fueron quedándose militares de las columnas de Toral y de Martínez Cartón, del Ejército de Extremadura. Recordemos que éste había tenido su cuartel general en Almadén y Piedrabuena. A ellos fueron uniéndose numerosos evadidos de las repletas prisiones franquistas, entre 1939 y 1944. Estos fueron los principales protagonistas de la guerrilla antifranquista en la provincia de Ciudad Real.

La guerra de guerrillas no comenzó al finalizar la guerra civil. En muchas zonas del país la lucha armada “en el monte” empezó simultáneamente a la pérdida militar de territorios por parte de la República, aunque más bien se trataba de acciones de huidos. Nada más producirse el golpe de Estado de julio de 1936 y el inicio del conflicto, aparecieron los primeros huidos en Galicia, Extremadura, Andalucía, León, Zamora, Asturias y Santander. “En la España de la posguerra, el único horizonte para muchos republicanos era la muerte –incluso una muerte con efectos retroactivos: se perseguía especialmente a los participantes en la revolución del 34–, y el dilema consistía en la forma de enfrentarla: aceptándola resignadamente o rebelándose contra ella y dejando testimonio de esa rebeldía. Los que optaron por la segunda opción articularon un mensaje que era simultáneamente una amenaza (para el franquismo) y una llamada de auxilio (para los demócratas)”[2].

Desde un punto de vista exclusivamente militar, el primer intento de organización de estos grupos de huidos sucedió a finales de 1936, cuando el general Rojo solicitó la formación de unidades guerrilleras en Extremadura, vinculadas al Ejército Popular de la República. Sin embargo, fue Juan Negrín, jefe del Gobierno y ministro de Defensa, quien en septiembre de 1937 ordenó la creación del XIV Cuerpo de Ejército Guerrillero, al mando de Domingo Ungría, con el fin de atacar las comunicaciones de los rebeldes, dificultar su avituallamiento o efectuar acciones especiales en las zonas de Andalucía, Aragón, Centro y Extremadura. Tras la guerra civil, el primer intento de encuadrar a los diversos grupos guerrilleros en una organización única fue la reconstitución, en abril de 1942, del XIV Cuerpo Guerrillero, a iniciativa de Jesús Ríos García, oficial del célebre XIV Cuerpo Guerrillero del Ejército Popular, del que la nueva organización había tomado el nombre. Sin embargo, hasta mayo de 1944, cuando se procedió a encuadrar a las unidades en la Agrupación de Guerrilleros Españoles, no fue efectiva y eficaz la organización militar.

A partir de la finalización oficial de la contienda militar, el primero de abril de 1939, se generalizó por buena parte del país la lucha armada contra el régimen de Franco. Desvinculados de los partidos, “los de la sierra” vivían de los pocos recursos que podían obtener en el monte, de la ayuda de los enlaces y, sobre todo, de los recursos económicos obtenidos por los secuestros y por los atracos (acciones de aprovisionamiento, para ellos), esta última principal actividad de los huidos. Con ambas acciones conseguían el doble propósito de obtener los alimentos necesarios para vivir y al mismo tiempo represaliar a los franquistas. Entre las acciones que más irritaron a las autoridades políticas y militares estaban la detención de autobuses de línea y la ocupación de pueblos, para realizar una estrecha labor propagandística. En general, podemos decir que su objetivo básico era simplemente sobrevivir, lograr día a día la subsistencia, esperando una buena ocasión para huir al extranjero o, los más ilusos, que la dictadura de Franco cayera por la acción de las potencias aliadas a consecuencia de la II Guerra Mundial.

Su modo de vida por la sierra no era fácil. Los campamentos o guaridas, cuando la acción represiva era activa y eficaz, se mudaban constantemente, permaneciendo en cada sitio unos dos o tres días. La vigilancia se mantenía tanto de noche como de día, con uno o dos guerrilleros. Estas constantes y repetidas mudanzas ocasionaban los consiguientes trabajos, a veces influyentes en su moral que los hacía sentirse constantemente acosados. Cuando la persecución no era muy activa, las partidas descansaban por uno o más días en los puntos de apoyo y bases, casas de campo o chozas de los enlaces. Los campamentos, levantados con toldos o mantas con un palo en el centro (cuando no encontraban cuevas naturales entre las rocas), solían situarlos en laderas, próximas a la cúspide de algún monte o pico dominante, disponiendo siempre de buenos observatorios y mejor enmascaramiento.

Habitualmente se ocultaban durante el día y marchaban por la noche, eligiendo parajes frondosos, escondiéndose en la vegetación, en los lugares apartados, en las gargantas y desfiladeros. Designaban estafetas en ciertos sitios, donde depositaban notas y órdenes para el establecimiento del enlace de unas partidas con otras, dentro de la misma Agrupación.

Sobre sus actuaciones, el régimen franquista ha pretendido dar una imagen de terror y barbarie en la mayor parte de los casos un tanto alejada de la realidad, vistos habitualmente como asaltadores de caminos y cortijos y violadores[3]. La prensa de los guerrilleros, sin embargo, daba versiones bien diferentes[4].

Para el régimen, no era más que un problema de orden público, de moderno bandolerismo que había que silenciar para no inquietar a los españoles y a las potencias extranjeras. El Estado tejió una red de silencios en torno a la guerrilla, estableciendo un programa minucioso para hacerla invisible, utilizando para ello el férreo control que el nuevo Estado ejercía sobre los medios de comunicación. La guerrilla se convirtió oficialmente en un movimiento armado primero desconocido, una vez finalizado, malinterpretado[5].

Los guerrilleros antifranquistas fueron en muchos casos vetados o registrados de forma anónima en los registros civiles, rechazados sus cadáveres en los cementerios y, finalmente, expulsados de la historia académica (y, por tanto, de los libros en los que se conforma la memoria histórica de los ciudadanos de un país). Y la guerrilla, sin embargo, como apunta Secundino Serrano, tiene la suficiente entidad para no ser confinada a los márgenes de la historia oficial: unos 6.000 hombres en armas (de los que murieron unos 2.170) y más de 20.000 enlaces detenidos; 256 guardias civiles muertos y 370 heridos. Es cierto que jamás se perfiló como un medio de acabar por sí mismo con el régimen, pero devino como la única resistencia que preocupó verdaderamente al régimen franquista; fue, en palabras de Paul Preston, “la oposición más seria al régimen de Franco”.

Para entender mejor este fenómeno complejo, hay que intentar abrir las tesis reduccionistas mantenidas habitualmente hasta ahora. Lo primero que tenemos que hacer es reconocer las lagunas que todavía tenemos sobre esta temática, que nos impiden conocer algunos de sus extremos más interesantes, ya no sólo las acciones bélicas. Las fuentes más conocidas, las oficiales, cada vez que se contrastan con nuevas fuentes, como las judiciales o las orales, nos demuestran el interés del régimen por silenciar y manipular la información. Podremos ver algunas situaciones descritas en las operaciones oficiales y las versiones populares que circulan de boca en boca entre los que vivieron los acontecimientos, que entonces no podían hablar pero que ahora se niegan a ser cómplices de silencios y falsedades. También podremos apreciar, sobre todo a partir de fuentes judiciales, la otra guerra, la que había por debajo, sin pruebas, con coacciones, deserciones y traiciones. Ni unos eran tan buenos, ni los otros tan malos, como mantenía el régimen.

Para comprender en todos sus extremos la lucha iniciada en esta primera etapa, hay que hablar de la coyuntura tanto interna como externa del país. La primera, la de la posguerra, caracterizada principalmente por la brutal represión sobre los vencidos y por el hambre de la mayor parte de la población. En cuanto a la situación internacional, los huidos confiaban en que la victoria aliada en la II Guerra Mundial sería seguida por la caída del general Franco. Un tanto ilusos. No se daban cuenta que antes incluso de la victoria los ingleses habían convencido a los americanos de que la presencia del dictador al frente de España era conveniente: Franco era útil y, además, barato. A cambio de poner el país a disposición de los intereses occidentales, sólo pedía que no interfirieran en la política interior española. Las conferencias internacionales de Yalta y Postdam (1945) demostraron que la eliminación de la dictadura no era una tarea prioritaria para los nuevos países hegemónicos. El régimen que había apoyado de forma tan entusiasta a Hitler y Mussolini pasaba a ser admitido o, cuanto menos, tolerado por las democracias occidentales.

La segunda etapa comenzó a finales de 1944. En un momento en que empezaba a verse clara la victoria de las potencias democráticas en el conflicto mundial, el Partido Comunista de España (PCE) comenzó una nueva estrategia para llamar la atención de los demócratas. En el mes de octubre de 1944 entraron en España por el Valle de Arán unos 3.000 hombres armados procedentes de Francia, como avanzadilla de la pretendida intervención de las potencias aliadas y de la rebelión interior de todos los demócratas. La invasión guerrillera se saldó con un rotundo fracaso de las previsiones comunistas, con 191 maquis muertos por 68 miembros de las fuerzas de orden público, no despertando el mínimo interés de levantamiento nacional e internacional. A partir de entonces, el Partido Comunista de España decidió cambiar de táctica en la lucha contra el régimen. Aprovechando la labor que venían realizando los grupos de huidos, y reforzándola con nuevos guerrilleros –algunos de ellos curtidos en el maquis francés–, decidió organizar el Ejército Guerrillero. Entre los meses de octubre y noviembre de 1944 comenzaron a organizarse las distintas Agrupaciones de que constaría éste:

 

1ª Agrupación o Agrupación Centro-Extremadura (Cáceres, Toledo, sur de Ávila, suroeste de Madrid y zonas norte de Badajoz y Ciudad Real), 2ª Agrupación (Ciudad Real y zonas limítrofes), 3ª Agrupación (Córdoba, sur de Badajoz y otros límites provinciales), 4ª Agrupación (Galicia), 5ª Agrupación (zona este de Ciudad Real, sur de Cuenca y oeste de Albacete), 6ª Agrupación Guerrillera Granada-Málaga (y límites con Almería), 7ª Agrupación “Fermín Galán” (Serranía de Ronda), 8ª Agrupación Guerrillera de Levante-Aragón (Teruel, Valencia, Castellón, Cuenca y limítrofes), 9ª Agrupación Guerrillera de Asturias-Santander-León-Palencia.

 

A pesar de errores y vaivenes estratégicos, en el haber del PCE “está el hecho indudable de que permitió a los huidos convertirse en guerrilleros. Arropados por un partido, con objetivos claramente delineados, devolvió la dignidad a unos hombres acosados, abandonados y al borde del bandolerismo. Y lo hizo organizando a republicanos de todas las ideologías, el único ejemplo de unidad en la oposición antifranquista”[6]. Guerrilleros anarquistas y socialistas en un proyecto nítidamente comunista, en un momento en el que las organizaciones políticas y sindicales más representativas del exilio (socialistas, anarquistas y republicanos) no secundaron el planteamiento armado, al no querer dar pretextos a las potencias internacionales para que pensaran que entre Franco y el caos no había soluciones intermedias. Ni en plena guerra civil la izquierda había vivido esta conjunción de ideologías.

BIBLIOGRAFÍA

[1] Eric J. Hobsbawm: Rebeldes primitivos. Estudio sobre las formas arcaicas de los movimientos sociales en los siglos XIX y XX. Barcelona, Crítica, 2001.

[2] Secundino Serrano: Maquis. Historia de la guerrilla antifranquista. Madrid, Temas de Hoy, 2001.

[3] Por citar un ejemplo que ha quedado escrito de algo que tuvo gran difusión verbal, Antonio Díaz Carmona, en su obra Bandolerismo contemporáneo (Madrid, 1969), escribe en su página 67: “La cuestión sexual en estos individuos, sin freno moral alguno, les condujo a cometer bárbaros excesos”. Añade en nota: “Las partidas de Chaqueta Larga y del Manco de Agudo, en Ciudad Real‑Toledo, Cáceres y Badajoz, violaban a las mujeres que encontraban en las casas de campo en sus asaltos. Estos desmanes eran conocidos después por la Guardia Civil por la información recogida, no porque fuesen denunciados, naturalmente”.

[4] Por ejemplo, el periódico Lucha, órgano de la Segunda Agrupación Guerrillera del Centro, en su número del 15 de diciembre de 1946, publicaba un parte del Mando que decía lo siguiente: “Una de nuestras unidades descubrió en plena sierra a tres individuos que les merecieron sospechas. Detenidos y sometidos a interrogatorio, se declararon autores de varios robos en cortijos, y se estaban preparando para atacar a unos arrieros. Juzgados sobre el terreno, fueron condenados a muerte y ejecutados. Estas gentes actúan con la tolerancia de la Guardia civil, que utiliza sus fechorías para hacer propaganda en contra de los guerrilleros, a quienes calumniosamente les achacan los robos que estos bandoleros realizan” “La lucha en Ciudad Real”, en Mundo Obrero, nº 56, 6-marzo-1947.

[5] Durante los años de la guerrilla el régimen procuró silenciarla. Ni prensa ni libros. Cuando ya la había logrado dominar, comenzó a estimular una serie de estudios que daban, de forma triunfante, la versión oficial, malinterpretando u olvidando muchos aspectos y personajes de la guerra de guerrillas. Entre estas primeras interpretaciones podemos destacar la de Tomás Cossías (La lucha contra el maquis en España. Madrid, Editora Nacional, 1956), Eduardo Munilla Gómez (“Consecuencias de la lucha de la Guardia Civil contra el bandolerismo en el período 1943-1952”, en Revista de Estudios Históricos de la Guardia Civil, nº 1, 1968), Antonio Díaz Carmona (Bandolerismo contemporáneo. Madrid, Compi, 1969) y Francisco Aguado Sánchez (El maquis en España. Su Historia. Madrid, Editorial San Martín, 1975).

[6] Secundino Serrano: ob. cit., pp. 144-145.