La violencia se desató en Guadalajara en los primeros instantes tras el sofocamiento del golpe en julio de 1936 y continuó durante los siguientes seis meses, en los que las autoridades republicanas habían perdido el control del orden público y las milicias obreras armadas se imponían en las calles.
La Prisión Provincial de Guadalajara, erigida en 1887, se lleno de detenidos sospechosos de participar en el golpe o que simplemente eran conservadores, propietarios o religiosos de la provincia, ya que bandas de milicianos recorrieron los pueblos de la misma llevándose consigo a los que consideraban sus enemigos.
El 1 de septiembre, tras una incursión de la aviación franquista, se produjo un primer intento de asaltar la prisión que pudo ser atajado por el Gobernador Civil. El 6 de diciembre la furia popular, sin embargo, no pudo ser detenida. Guadalajara acababa de ser bombardeada por la aviación enemiga: el barrio de la Estación, de carácter obrero, fue especialmente afectado, produciéndose numerosas víctimas en su seno, mientras que el Palacio del Infantado sufrió importantes destrozos. Como consecuencia, una multitud se dirigió a la prisión: civiles y milicianos la asaltaron, seleccionaron a los presos derechistas y los fusilaron en la propia cárcel.
La “saca” del 6 de diciembre de 1936 se cobró la vida de 282 personas, cuyos cadáveres se depositaron en varias fosas comunes del cementerio de Guadalajara y en el camino de Chiloeches. Higinio Busons, un preso que pudo escapar de la masacre, dejó testimonio de lo ocurrido en su “Relato de un testigo”, publicado en 1947.
Autora: ACP