La violencia revolucionaria fue especialmente intensa en los primeros meses tras la derrota de los golpistas en Guadalajara. Esta oleada represiva estalló en los primeros momentos tras la conquista de la ciudad: los comités de sindicatos y partidos políticos se habían hecho con el poder en las calles, mientras que las instituciones oficiales se veían incapaces de imponerse. Las milicias locales fueron dueñas de las calles y como tales emprendieron la labor de represión del enemigo, empezando por los militares que habían liderado la sublevación y continuando con todos aquellos que consideraban sospechosos: personas de derechas, religiosos, grandes empresarios y propietarios.
Las milicias detenían a sus objetivos, generalmente por las noches, y les conducían a la Prisión Provincial y a sus propios centros de detención, denominados por la historiografía franquista como “checas”. El Convento de los Paúles, abandonado por esta congregación antes del estallido de la guerra, fue ocupado por el PCE, que lo convirtió en la sede del Quinto Regimiento. También cumplía las funciones de centro de detención para aquellos capturados por las milicias.
Algunas de las personas que pasaron por el Convento fueron puestas en libertad, pero otras, tras ser interrogados y en ocasiones torturadas, eran conducidas al cementerio o al paraje conocido como Cuatrocaminos, en la carretera de Guadalajara hacia Chiloeches, donde se les fusilaba y abandonaba sus cadáveres.
Autora: ACP